Hace años que los Estados Unidos marcan el ritmo del consumo como religión, la pauta de un mundo a la caza de mariposas fugaces. El ‘porno asesino’ tristemente protagonizado por George Floyd ha entrado en la conciencia colectiva de los españoles y, mientras el país de la libertad arde ante la mirada de un presidente estrábico, una Biblia y un bidón de gasolina, las redes sociales se funden a negro en un gesto cargado de buenas intenciones, pero que flirtea con la pose si solo pertenece al martes. Y es que queremos igualdad, equidad y justicia… todos los días.
La cuestión es que para obtener estos ‘bienes’ tan escurridizos es necesario organizarse, romper inercias y censurar comportamientos, protestar muy alto evitando convertir las casas en cenizas, precisamente porque son el único refugio en el que resguardarse durante la tormenta. De lo contrario esteremos avivando el fuego del poder en su versión más sucia.
¿Es necesario que suceda algo parecido en España para que reaccionemos de una vez? ¿No es suficiente con el vídeo de la señora rebuscando entre la basura ante el paso de los manifestantes para rebelarnos contra los sicarios de la bilis y las banderas? Resulta que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia; resulta que ser moderado a día de hoy es como hacerlo con condón; resulta que esperar un minuto más es sinónimo de parada cardio-respiratoria. Ayer se apagó el mundo de nuevo, hoy tendremos que encenderlo algo mejor.
