¡Quiero mi segunda dosis!

¡Quiero mi segunda dosis! El grito de moda retumba en todas partes, incluso por SMS, una mezcla de indignación, hartazgo y necesidad de que lo peor quede atrás porque lo malo tiene pinta de quedarse un rato. Pero si ya veníamos calentitos con el temita —se hace más largo que una paja con la izquierda—, inmunizarse rima con obstáculos. Sobre todo cuando el centro de vacunación asignado es el Zendal, Auschwitz de la vida moderna con todo lo necesario para convertir la espera en lipotimia y pasar lista al páramo. Sin Pedro, claro, en la Moncloa y con aire acondicionado. Que no pillas bronceado en verano, ¡pues ponte a la cola y disfruta del clima local y la posibilidad de enamorarte! Aquí en Valdebebas se cuece todo. Literal.

Si Jeff Bezos viaja al espacio entonces los madrileños orbitan alrededor de este engendro semiesférico, algunos dotados de parasoles reflectantes que en foto recuerdan a una versión cheli del Apolo 13. Al parecer la espera fue debida a un fallo en el suministro eléctrico, nada que ver con las políticas sanitarias. En ese punto de colisión convendría intercambiar el grito que titula el artículo por el de ¡el Zendal no es un hospital!, un poco al estilo de la presidenta que tira de El Corte Inglés, Santander y Acciona y pasa de reforzar la sanidad pública. En ese sentido ejerce su libertad, esa cosa tan rara imposible de recuperar una vez perdida.

Para todos aquellos que quieran acercarse —el sadismo forma parte de nuestra intrahistoria— recordarles que el menú del día es Astrazeneca, que los que soportan y esperan también sirven y que el maltrato institucional debería incluirse en el Código Penal, pero el de las penas. A Rick Blaine y a Ilsa Lund siempre les quedará París. A nosotros el personal sanitario. Y menos mal.

Ilustración: http://www.emmacano.com

¿La selección nos representa a todos?

La verdad es que Uribes, flamante ministro de fútbol y toros, es un genio. Después de castigar al sector con una sucesión de declaraciones dignas de un portero (de discoteca), ahora se desmarca con otras que van más allá del fuera de juego. Primera perla: «No estamos vacunando a los futbolistas, sino a los jugadores de la selección española». Para entender semejante titular tuve que recurrir a mi amigo Jaume Gelabert, lingüista y filósofo funky, que señaló la importancia de la pragmática, es decir, cómo el contexto influye en el significado. Para evitar la confusión lo más recomendable hubiera sido balbucear: «No estamos vacunando a los futbolistas, sino a los representantes de la nación». Se entiende mejor, ¿no? Otra cosa es estar de acuerdo. Pero es que este hombre piensa lo justo. Será por las zapatillas de tacos.

Segunda perla tras la confirmación de la vacunación exprés: «Lo hacemos porque nos representan a todos». En este punto cabría preguntarse por la palabra todos, pronombre indefinido masculino plural que indica la totalidad de los miembros de un grupo. En un primer vistazo, podría parecer una exageración, que lo de hacer patria con el deporte ya está muy visto. Aquí dejé en paz a Jaume y llegué a la conclusión de que es verdad. A los españoles nos gusta la juerga, saltarnos las colas, que nos eliminen pronto para seguir con las vacaciones y hacer de nuestro himno una bandera. ¡Oeeoeoeoeoeoeeee!

Mas allá de la semántica y el deporte algunos siguen empeñados en agrandar la brecha, privilegiar unas actividades sobre otras y convertir la vida en la Tierra en una broma infinita. Entiendo que, al final, los españoles se representan a sí mismos y el fútbol es mensaje, mensajero y pistola. Ya se encarga Uribes de hacer blanco donde más nos duele.

Ilustración: http://www.1000dessins.com

La vacuna de la vergüenza

Manuel Villegas. Consejero de Salud de Murcia (PP) junto a otros 400 elegidos (a dedo); Esther Clavero. Alcaldesa de Molina de Segura (PSOE); Jesús Fernández. Alcalde de El Guijo (CDEI); Sergi Pedret. Alcalde de Riudoms (JxCat)… y la lista continúa, con amplía mayoría de PP y PSOE. Pues bien, se trata de los políticos que han decido vacunarse, suponemos que por formar parte del grupo prioritario: residentes de centros para ancianos, personal sanitario y sociosanitario. Lo peor son las excusas, «sobraban vacunas y por mí y todos mis compañeros», ¿sus compañeros? En realidad fue para dar ejemplo y dedicarle los 365 del año a la gestión de una larguísima pandemia que ha demostrado la inutilidad del ser humano, excepto en lo relativo a la ciencia. Ahí hay que reconocer que el algoritmo de Facebook sorprendió a cronopios y magas con la invención del remedio.

Es curioso, pero solo hay que mirarles a la cara para darse cuenta de que muy listos no son. Lo que nos lleva a inferir que por eso decidieron entrar en política, el arte de vivir en una sociedad de clases y clases, siendo ellos meros servidores públicos. Así miran a cámara entre despreocupados y carroñeros, convencidos de que un perdón publico a tiempo entierra la vergüenza y de paso pasamos a otra cosa, quizás a una fase en la que los únicos ciudadanos ejemplares sean ellos. «Vivir, dormir, tal vez soñar» que decía el príncipe de Dinamarca.

Ahora habrá que volver a pincharles, no sea que desperdiciemos dosis en personas desperdiciadas para la sociedad. ¿Sirve de algo que dimitan? En todo caso por feos. Al final después de estos vendrán otros, y después otros, y el mundo seguirá pensando que los mayores deberían de estar muertos. Ya vivieron lo suyo, es hora de sangre de Tik-Tok. Ante semejante vileza uno llega a varias conclusiones que en realidad son dos: ser político podría considerarse una ocupación a tiempo parcial, como poner copas y, no serlo es, sin duda, todo menos «un dilema intentado salvar sus dos caras a la vez».

Pfizer: tu dinero o tu vida

Todavía es prematuro asegurar la efectividad de la(s) futura(s) vacuna(s), pero ahora que el corazón partío de 7.000 millones de personas depende de una industria farmacéutica trabajando 24/7 en todos los husos horarios, parece apropiado abordar una cuestión que, en el mejor de los casos, viene acompañada de una ética raquítica: ¿deberían estas empresas maximizar el beneficio —precepto capitalista por excelencia— en su intento por salvar a la humanidad? Más que nada porque la producción y venta de medicamentos ha de estar sujeta a un código deontológico travestido cuando Pfizer y BioNTech, socias en esta nueva aventura, estiman unas ventas globales de 13 billones de dólares por su pócima milagrosa.

Resulta que Albert Bourla —veterinario supremo de Pfizer que se desprendió del 60% de sus acciones el día del anuncio—, se vanagloria de haber invertido 2 billones de fondos propios en la investigación, aliándose con BioNTech, spin-off de la Johannes Gutenberg de Maguncia —universidad pública alemana—, receptora de 375 millones de euros transferidos por la Merkel. Todo para comercializar la vacuna a un precio imbatible: 39 dólares. Pues bien, Astrazeneca hace lo propio con Johnson & Johnson y pondrán a la venta la suya a 5 dólares. Será de peor calidad, digo yo.

Que nadie se lleve a engaño con tanto baile de cifras e intereses espurios. La competencia es saludable, a pesar de producir perdedores. Sin embargo, el bien común debe prevalecer frente a las cuentas, «forzando» a los países ricos a adquirir la vacuna a precios más elevados para facilitar el acceso de los más desfavorecidos, ya sea a coste cero o sin beneficio para el productor. De lo contrario, el sector farmacéutico estará convirtiendo al ser humano en un medio, principio y fin de la maldad corporativa. Y en un instante pasamos del corazón verde a la sangre seca de las jeringuillas.

Ilustración: https://www.owendavey.com/