¿Os acordáis de la sanidad pública?

Todo cambia, pero la salud sigue definiendo cada minuto de vida. El resto es facultativo. Con esa premisa a algunos se les ocurre hacer negocio, transplantar más fondos hacia lo privado. Y así, con la ciencia acaparando el futuro, las urgencias convierten el presente en colas y a los médicos en enemigos del sistema. Mientras, los pacientes penan porque el turno llega cuando ya están muertos. ¿Os acordáis de la sanidad pública? Fue un sueño; los pediatras fumaban. Sanidad sinónimo de espera, publica en referencia a los débiles, de todos, cada vez menos de nadie.

El progreso era pagar por la asistencia médica, bonita forma de apagar las constantes vitales. Nada que ver con la ideología, más bien con ese derecho humano que garantiza que el dolor se extirpa en una habitación verde, limpia, con vistas a la cura. Al abrir los ojos había flores frescas. La sociedad, en cambio, va desangrándose, insiste en el «sálvase quien pueda permitírselo». Porque el bienestar sólo puede entenderse si abarca a la inmensa mayoría. De lo contrario, el privilegio impera. Yo no quiero vivir en una ciudad de teléfonos y Zoom, sin médicos de carne, ojeras, hueso.

Decía que la salud define cada minuto de vida. Conviene recalcarlo. Al igual que conviene asfixiar el mantra de «la sanidad pública en España es una de las mejores del mundo»… de las farmacéuticas. ¿Qué hay del mundo de los viejos, de los enfermos crónicos, de los recién nacidos, de la sangre y la respiración común, de todos? Sin sanidad pública nos queda una realidad dislocada, huérfana. Quizás sea demasiado tarde, quizás haya una última oportunidad para salvar lo nuestro.

Ilustración: Zhang Yingnan

El día a día de un tal Sánchez

Gracias a un amigo que trabaja en La Moncloa he tenido acceso a la agenda diaria de Sánchez, probablemente el presidente que recibe más críticas por segundo de todo el mundo, llegando a superar a Trump y Kim Jong-un que, por lo visto, es un cadáver con el pelo de un Yorkshire Terrier bulímico. La cuestión es que Perico duerme tres horas al día y cuando se apresta a darse una ducha le suena el busca informándole de que Fernando Simón le espera en la cocina… con guantes y a loco.

Desayuna un café frío y sin poder mirar el Marca —ayer era noticia el suicidio de Hitler— se conecta a Zoom. Sentados frente a él y con una muesca de asco y odio los diecisiete presidentes autonómicos. Y nota como le sudan las axilas y es consciente de que se le cae el pelo más de lo habitual y recuerda sus años de jugador de baloncesto. «Osti tu, ¿los niños al supermercado?, ¡carallo!, devuélvanos las competencias de los niños, ¿los niños en la calle?, ¡ozú!, ¿los niños metidos en casa?» le espetan cada día.

Son las diez de la mañana y ya está exhausto. Después recibe al comité de 435 expertos, a las fuerzas armadas convertidas ahora en barrenderos, a la patronal exigiéndole más IBEX, a los sindicatos y a los del APA, a Rappel, engulle un puto sandwich de pavo, despacha con el editor del BOE, toma decisiones sobre cuestiones que no lograría entender en una legislatura, se siente músico de jazz siendo economista. Solo ante su brillante Mac es consciente de que en «política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal». Seguro que Casado lo haría mejor.