Música de gimnasio– decía una chica impertinente con los ojos en almendra invertida mientras se hacía un masaje con un aparato con forma de zeppelin de madera y que me recordaba a un vibrador algo arcaico.

Calla– le respondí presionando la flecha que mira hacia arriba del sistema musical inalámbrico situado sobre la estantería con forma de esvástica del salón y que siempre consigue encabronar a los vecinos de abajo.

«Pidiendo a las puertas del infierno» es un disco especial para mí por dos razones:

A) Es el primer disco en español que escucho de principio a fin, retomando una costumbre, algo extraña últimamente, de disfrutar de la música sin cortes y sin prisas, sin » pasa a la siguiente, loco» o » te voy a poner un tema de un grupo sueco…», y eso, camaradas, es algo excepcional, no por el hecho en sí, pero si por la nacionalidad.

A bis) Es una declaración de intenciones. Un viaje en lo que lo único que cuenta es hacer música tal y y como la oyen vuestros oídos y que nos lleva a un extraño triángulo formado entre la sorpresa, la admiración y la ansiedad. No hay guitarras pero si falsetes, un bajo saltarín rompe-caderas, hay perros negros y rebaños, sotanas, canciones sin estribillos, algo de un tal Maradona y bastante mala hostia, hay sintes pero algunos suenan a guitarras de mentira que no suenan falsas y lo mejor de todo: pasada la cuarentena, las letras logran hacerte pensar sin saber muy bien en qué…..

Nunca me atrevería a sonar como un crítico, al fin y al cabo los críticos son eso, críticos frustrados, pero creo que habéis hecho un disco que supondrá la base para lo que llegará en el futuro, precisamente porque parece grabado un jueves a media noche, sobre las 21:31 del 2025, ahí donde el tiempo no es más que otra variable más sin importancia, allí donde el infierno se parece mucho más a la puerta de una iglesia que a un lugar maldito.

Muchas gracias, muchas veces mucho.