Mi hija ha nacido dentro de un iPad

El paso del tiempo ha sido muy rápido, rapidísimo. Tanto como el parto pero, desde el momento en el que Rita apretó desde el borde de sus sienes en dirección hacia la parte superior de su útero materno, no pude evitar hiperventilarme y entrar en un estado de trance inducido por el quirófano y la sangre que me llevaron a recorren 40 años de historia en apenas unos segundos, tiempo necesario para traer una criatura más al mundo y que, como no podía ser de otra forma, vino llorando.

Y es que en ese relámpago de mi memoria, un choque de placas tectónicas delimitadas por el espacio temporal de un país (y un mundo) en plena deriva, vi desfilar los valores de la familia como ente indivisible y heteropatriarcal, los domingos en la plaza del pueblo (y en la de toros) vestidos con el mejor traje de lana de cabrito, los sombreros volando por el suelo a causa del viento, los profesores impartiendo clase con alumnos en absoluto silencio, la música de copla procedente del aparato de radio invadiendo los rincones de la casa, el crucifijo, Dios en la iglesia, en el plato de sopa, en nuestra conciencia, varios guardias civiles saltando por los aires tras un nuevo atentado cometido por ETA, Bilbao «LA GRIS» convertida en un perro hinchable de Koons, Aznar y sus botas de «cowboy» sobre la mesa, el gol de un chaval flojo y pálido llamado Iniesta, el matrimonio gay y la sublevación de un país dentro de otro país dentro de otro país.

Cuando volví a la silla sobre la que el cirujano me había recostado, fui plenamente consciente de la situación: mi hija había nacido dentro de un iPad.

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