¿Por qué los listos también se creen los bulos?

A medida que el confinamiento se convierte en medida de tiempo es más habitual observar reacciones basadas en la intuición, una manera muy básica de acomodar la realidad a nuestras creencias, sean éstas del signo político que sean. Paradójicamente, ya es tradición toparse con universitarios cultivados y presumiblemente críticos que abrazan teorías conspirativas, emplean la palabra dictadura para referirse a una democracia parlamentaria y abrazan el bulo como mentira crónica. Además son muchos, de corte sectario y están unidos por una cólera sin fisuras.

Para entender por qué sucede este fenómeno nada mejor que un test de reflexión cognitiva: si cinco fachas tardan cinco minutos en inventar cinco bulos, ¿cuánto tiempo tardarían cien fachas en inventar cien bulos? Aquellos que ofrecen mayor resistencia a las falacias más o menos lógicas habrán contestado correctamente. En cambio, el 57% no habrá dudado en responder cien minutos. Tardan cinco.

Así se extienden las ‘fake news’; por no mirar la letra pequeña. Y es que esa mayor capacidad cerebral atribuida a la gente inteligente solo sirve, además de para evitar faltas de ortografía en sus ‘posts’ de Facebook, para preservar su propia identidad a expensas de la verdad, una variable cada vez menos relevante en el mundo. Puede ser que no todos los políticos sean iguales, que Francisco Simón necesite un corte de cejas, pero no hay duda de que la ciencia es la única capaz de sacarnos de este maldito entuerto. Palabra de escéptico.

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