Amo a Fernando Simón

Ha llegado el momento de decirlo alto y claro; amo a Fernando Simón. Ahora que la sociedad es un polvorín sin sexo debemos elegir un bando: o eres de los que abrazan la sensatez típica de los científicos, con su método deductivo carente de estridencias, o asumes las formas de un carnicero que apunta a la cabeza con una pistola chuletera. Y no hablo de posicionamiento político —la vida se desmarca de ese ámbito—, sino de actitud vital, un cúmulo de gestos que permite cantarle a la concordia mientras el barco se hunde.

Tampoco se trata de evitar las contradicciones o mantener la coherencia. De hecho, lo normal es todo lo contrario: hablar de dictadura y expresarlo libremente en redes sociales, censurar las manifestaciones previas a la pandemia y convocar una concentración en plena desescalada, criticar la acción y demostrar parálisis en la búsqueda de alternativas, reírse de los que dan la cara y generar tristeza, exigir libertades individuales y olvidarse de que ser libre también es hacer lo que debemos…

Así es como llegamos a un punto en el que conocer la verdad sobre la pandemia es tan complejo como determinar las razones por las que es imposible dialogar sin increpar, discutir sin descalificar, debatir prescindiendo de los nudillos. En unos años echaremos la vista atrás y recordaremos una época aciaga en la que la calle se convirtió en velatorio, en la que millones de casas se transformaron en el plató de «Sálvame» mientras Fernando Simón mantenía la calma. Eso significará que pudimos vivir para contarlo. Gracias, querido.

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