22 de noviembre. Día in memoriam de Santa Cecilia, patrona virgen de los desheredados a la que, antes de cortarle la cabeza, intentaron ahogar al vapor de las termas de su propia casa. La fecha en cuestión es además una metáfora chunga del momento que vive el complejo arte de combinar los sonidos en una secuencia temporal atendiendo a las leyes de la armonía, la melodía y el ritmo, o sea, la música (reguetón incluido). Y es que el cuerpo no respira y la cabeza, en cambio, da vueltas sin curro, deslumbrada por las luces fatuas de los Grammy Latinos y el traje de J. Balvin, por la incomprensible veneración de los grupos por Spotify y sus listas basurero, por la calamidad de tocar ante un público clavado a un asiento aséptico.
Efectivamente hoy es un domingo soleado e infeliz, o al menos viene exento de celebraciones sin orden y concierto. Sin embargo, no todo va a ser una puta mierda. Queda pendiente la visita patria de Nick Cave y Black Crowes, Phoebe Bridgers regala su disco pasado por el filtro de Rob Moose, Dylan y Waits palpitan, Kendrick Lamar anda empeñado en acercar el hip-hop a la sombra de Sinatra y C. Tangana es prehistoria porque por fin hace buenas canciones. A eso debemos aferrarnos, al hecho de que la música sólo ocupa espacio en nuestra memoria, contamina menos que un Tesla en punto muerto y sirve como asidero cuando el dique se rompe. A eso y a la discografía completa de Mahler y Shostakovich, al cuarteto de cuerda de Debussy, a Harold Budd y el parón de Bisbal y Bustamante.
Estamos vivos y sonreímos al comprobar que el infierno se sigue llenando de influencers, blogueras y músicos aficionados. ¡Hurra en si bemol por Santa Cecilia!
