Piensa en un disco. Ya. Alguno de los Beatles aparece en esa lista seguro. Sus canciones han quedado suspendidas en el ámbar del tiempo, ofrecen nuevos paisajes y ángulos en mono, trascienden a pesar del ímpetu de la cultura urbana. Y de pronto, como una tormenta para mayores de treinta y cinco, se estrena el documental «Get Back«. Entonces las tripas de su proceso creativo, amistoso y hostil salpican a la cámara. ¿Ordinario? Sí, sucede lo mismo en toda banda. ¿Extraordinario? También porque por fin somos testigos del arte de atrapar melodías eternas y, sin embargo, es inevitable concluir que estos cuatro chicos son medio bobos. ¿Acaso importa? No, en su música viene reflejada la mejor de sus versiones, la musical y por lo tanto humana.
No hay nada peor para el músico que complacerle siempre, y más cuando se hace para mantener el puesto. El 3 de enero de 1969 viene a confirmar lo que todos pensamos de Paul; que a John sólo le aguantaba Yoko enamorada; que George quería ser Eric y Eric quería a Patty y que Richard era muy puntual. Los «fab four», ellos solos, tachan la fecha en el calendario: jamás conozcas en persona a tus ídolos. Repito, jamás.
Porque de entre todos los que desfilan como un sueño en imágenes hay dos señores razonables: George Martin (43) y Glyn Johns (27), precisamente los que hacían sonar aquella empresa. Ambos lidian con la inseguridad y el yo obsceno de la mitad del grupo, con la falta de higiene y ese flujo vital que convierte el caos en algo profundamente bello. Me encantan los Beatles, pero no me caen bien. Y eso les hace todavía más maravillosos.
