Esos hombres viejos con cara de mujer

Nos daña envejecer. A unos porque perdemos fuelle, a otros por culpa de la gravedad, la mayoría simplemente por hacerse mayores a toda prisa. Queda patente en bebés de pelo ralo y niñas que sonríen como si fueran a morir mañana. Y el cuerpo se apaga y la salud se convierte en el único bien imprescindible. De entre todas las enfermedades incurables la peor es la de esos hombres viejos con cara de mujer. Están por todas partes. Tiene que ser el principio de una nueva invisibilidad.

La cosa empezó con Paul McCartney. Sí, era un hombre, inglés y blando, aunque hombre al fin y al cabo. Ahora es su abuela cuando su abuela era joven. Hay más; Axl Rose barra Mamá Fratelli, Johnny Deep podría llamarse Amber y vender pulseras en un mercadillo ibicenco, Marilyn Manson y Ana García Obregón. Todas esas caras dejaron de pertenecerles y por eso se parecen, cargan con estigmas comunes: un paso del tiempo edulcorado, huesos pegaditos a los pómulos y la sensación de que en cualquier momento podrían tejerte una bufanda. Fascinante.

Busco la razón de esta tendencia y no la encuentro. Simplemente ocurre. Mientras la mayoría cumple más años y menos sueños, otros burlan a la muerte de forma misteriosa. Cada vez que me miro en el espejo pienso en ellos. Lo deben de pasar fatal. Más que nada porque envejecer debería ser el camino para reencontrarse y estar cómodos en rasgos imperfectos y flácidos. Ellos, en cambio, han vivido tanto que acabaron perdiendo su cara y su futuro. Los viejos de hoy cambian tan deprisa que da miedo… ¿Cara o cuerpo? Siempre cara. Después, descanso eterno.

Ilustración: Lola Dupre

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