De los viejos que se creen sabios

Es cierto que nadie quiere saber nada de los viejos. Es más, los viejos odian ser viejos. Porque envejecer implica hacer ruido, observar de lejos un punto azul que es el mundo, con los amigos muertos y cada noche pudiendo ser la última. Pero no todo es malo de viejo. Se cumplen años, algunos sueños, la calma iza el sol por las mañanas y por fin es posible asimilar cosas aprendidas hace tiempo. El problema de los viejos no es la falta de vida por delante o la poca variedad a la hora de vestirse. No. El problema de algunos viejos es creer saberlo todo por ser viejos.

Hay resentimiento en la vejez. Y lo sé porque envejezco sin ser viejo del todo. Los viejos van a la contra del futuro y recuerdan a los niños, sin dientes, sin pelo, sin colágeno. Gracias a la pérdida, ganan en certezas, reafirman sus convicciones y se llenan la boca de glorias pasadas y de lo bonito que fue el Madrid antiguo. Cierto, corrigen defectos de juventud, pero algunos sientan cátedra. No saben que, en realidad, son como los trofeos de caza que adornan las paredes.

A mí me gustan los viejos que juegan a la petanca sabiendo que la vida es esa bola en el aire que cae siempre en el lugar inesperado, que dudan porque somos curiosidad y dudas, que preguntan porque eso es lo que hacen los que saben. Esos viejos asumen su ignorancia, releen en lugar de leer y no tienen reparos en aceptar que su ciclo fue, aunque todavía sirvan para mucho. A esos viejos se les reconoce enseguida. Llevan en los ojos todo lo por vivir, una estela, la pasión del que muere como vino al mundo: sin saber nada.

Ilustración: Guy Billout

Las ataduras

Madre vive atada a su casa. Es ahí donde duerme y se recuerda. Padre respiraba atado a las cuerdas de una guitarra española, al salón y a la tarde, al humo de un cigarro en sueños. Las hermanas andan atadas a sus perros. Yo vivo atado a un pasado que se mueve hacia delante, cada vez más difuso porque solamente hay orden en el futuro. Todos, sí, todos, nacemos para atarnos más flojo o más fuerte. También a la soledad. Ay, las ataduras… hasta al desapego uno se ata.

Y dejamos soltar para que nos duela menos. Y volvemos a cargarnos. Se trata de ataduras escogidas, que implican seguir despiertos, más cansados. Las ataduras que nos eligen no son ataduras, son cruces y reliquias de santos que nunca fueron santos. Los colocamos alrededor del cuello y hacia ellos vamos en una absurda búsqueda de salvación. Estar atado implica tener miedo. El miedo convierte los lazos en cemento. De cemento están hechos los huesos y su boca.

A veces, las ataduras nos convierten en esclavos agradecidos, orgullosos de la falta de descanso. Todos las ven excepto uno. Perdemos peso, pero cada vez vivimos más atados a lo que nunca pudimos tener, a ese lugar que existe pero nunca vimos, al próximo viaje siempre próximo. Ser conscientes de nuestras ataduras, romperlas. Atarnos de nuevo. Así sobrevivimos a esos fantasmas: convirtiéndonos en el lugar de sus apariciones.

Ilustración: klauskremmerz.com

El ‘2x’ de los audios

El ritmo de los días es un ‘2x’. Todo sucede antes de que ocurra. Porque vivimos adheridos a la velocidad del mundo alrededor de un sol estático. Antes de pensarlo, ya se le debió ocurrir a un listo varias veces. Y el tiempo nos deteriora sin quererlo y los coches se saltan los semáforos y uno no entiende si detenerse implica frenar la inercia. Hace años que la prisa dejó de ser prisa para convertirse en anticipación. En todos los ámbitos excepto en uno: los audios del móvil. Ahí, en ese cajón privado, un segundo equivale a un invierno de esos lentos, fríos, muy lentos. Por favor, que la voz se calle pronto.

El fin de las llamadas ha supuesto el fin de la inmediatez propuesta por la vida moderna. El emisor habla, lo graba con el móvil cerca de la boca y da a enviar. Cuestión de segundos. Luego mira en la pantalla el doble check azul. Más segundos perdidos, décadas. El receptor, por su parte, tiene miedo de abrir algo que se parece a una historia interminable, al ruido de un pensamiento en caída libre que no espera respuesta porque se trata de una confesión. Menos mal que existe el ‘2x’ para perdonarnos.

Así, con el ‘2x’, la vida digital discurre al compás de la de carne y zapatillas. Por fin hay democracia real. Y la voz de la nota de audio se agudiza, pisa sus palabras para llegar al final antes que al oído del que quiere huir. Sí, la información es la misma, pero es otra, quizás más liviana, no una agonía. Necesitamos un ‘3x’ o un + ‘4x’, que el audio pueda abrirse como sinónimo de cierre. Velocidad a la contra del desarrollo. Después una explosión, una queja. Y pasa.

Ilustración: Guy Billout

Ese detalle que lo cambia todo

Es algo que se intuye, aire entre el vacío y la ausencia. En ese gesto se concentra la galaxia, con su sol a la sombra y un amanecer en otra parte. Para verlo es necesario mirar más, mirar donde nadie quiere mirar por estar cerca. Mejor vivir con los ojos cerrados, que el mundo sea un borrón del que salir ilesos al final del día. Son los detalles los que crean momentos felices o nos sentencian. Llevé su mano hacia mi ingle mientras nos besábamos. Mi mano quedó suspendida dentro de la suya, dijo no con un gesto leve. Y ya no hay nada.

Pequeños detalles en circunstancias que hacían poca falta. Pues bien, esos detalles dejan huecos. Detalles relevantes, precisamente porque pesan poco o nada. Pueden ser ideas, la forma que tiene la luz de impactar en los cristales, imágenes en un contexto como soñado. El conductor miraba al fondo de la noche. Los faros del autobús convertían la carretera en una salida a aquel viaje tan largo. Un ciervo se cruzó entre las luces y un destino.

Los detalles de nuestros problemas convierten el problema en un juego de niños, también en tragedia. Los detalles de un abrazo convierten los detalles en una lista que se prolonga más allá del tiempo y el espacio. Los detalles son tan pequeños que no pueden ser imaginados. Somos detalles en un cuerpo incapaz de albergar más detalles. Limpiaste el espejo empañado con el lateral de tu mano buena. Acercaste el pecho en un gesto raro, levantando el brazo por encima de la cabeza. Un bulto del tamaño de una uva. Recuerdas el color de la toalla enrollada bajo tu pecho. Detalles buenos, malditos.

Ilustración: http://www.emilianoponzi.com

De un mundo sin tiempo

Hay un mundo sin tiempo. En ese mundo, los viejos nunca mueren, los niños lanzan manzanas al aire que no tocan el suelo. Todo está en suspenso: las nubes, los latidos del corazón de un pájaro. En ese mundo, el pasado no pesa, es solamente una posibilidad entre todas las posibilidades que la vida ofrece. La libélula toca la superficie del lago. Nieva frente a un sol que nunca sale porque nunca anochece en este mundo. La noche es noche sin sus días, sin los dedos de la mano. Las estrellas brillan en un cielo a salvo de pestañas.

A ese mundo sin tiempo regreso cuando quiero. Es un mundo desprovisto de la prisa y el desorden, sin recuerdos o sin tumbas. Los paisajes permanecen en el marco de las ventanas, los amantes olvidaron el horror contenido en cada despedida. Nada cumple años, nade tiene un fin, nada envejece. Un campo de girasoles frente a un universo quieto. Huele a leña y a piel de mango, la lluvia moja y la humedad… la humedad fue un sueño de verano. El mar siempre espera tras la curva. Siempre.

No hay pasado en un mundo sin tiempo, como tampoco hay pasado en el pasado ni hacemos planes de futuro. En este mundo estamos solos, pero no importa. El tiempo y su paso: obstáculos de la felicidad. Sin tiempo, la alegría y la tristeza son solo palabras. Y a las palabras se las lleva el tiempo. Colores en lugar de tiempo, amor a una distancia prudente de las horas. Sin tiempo por fin vivimos dentro de este mundo, la música palpita en una sístole. Nunca hubo tiempo en el tiempo. Por eso regreso a ese mundo cuando quiero.

Ilustración: Darek Grabus

Afecto

En la palma de la mano de un bebé alrededor de un dedo. Ahí se concentra el afecto. Afecto de otros que sujetan nuestras penas o detienen una ráfaga de viento. Afecto, jirones de ternura y espacio que permite soportar esta vida que se clava y va matándonos. Afecto, cura como forma de estar sin decir nada. Lo veo en los amigos, en la gente sola, al caer la noche. Con afecto cambiamos la opinión del que está mal hasta cuando sueña. Afecto en el corazón del tiempo. Y amanece.

Durante años pensé que no me hacía falta. Tenía mi arte y mis ventanas a otras partes. Estaba tan equivocado… Entre pena y fantasmas sentí el calor del afecto. Me revelaba. Me tenía a mí. Pero, ¿qué somos sin la paciencia de un abrazo? Un cuerpo a la deriva. El afecto llega cuando uno se resiste a los afectos, cuando la pena toca hueso. Porque el afecto nunca se calcula. Alguien lo entrega, alguien tendrá que recibirlo. Aunque no quiera.

Nos quedan ellos, los afectos. Hacia ellos vamos sin saberlo. Estaba escrito en las líneas de la palma de la mano, en las pupilas. De lo más pequeño a la inmensidad. En el afecto hay compasión y compañía, amor que prescinde de poder, la naturaleza en su forma más humana. Si podemos sentir afecto por un desconocido, ¿qué no podremos sentir por alguien próximo? Afecto inagotable, afecto necesario, afecto sin espinas. Solamente podemos dejar de sentir frío en su regazo. Dad afecto. Recibiréis toda una vida a cambio.

Ilustración: Guy Billout

El orgasmo termina en un abrazo

Entonces todo el ruido desaparece. Hay piel, intercambio, nuevas formas de contar tumbados. Puede que se haga de noche, que la luz convierta en velos las persianas. Poco importa. El placer deja de ser un sustituto. El sexo como sujeto, como objeto alejado de esta prisa nuestra. Sexo, sinónimo de inteligencia, de imperio de sentidos lentos, de actos de precisión en el que dos dejan atrás el cuerpo para hacerse aire, ungüento, amor hecho de tiempo. La vida adquiere una dimensión que nunca tuvo. Placer, vicio despojado de defectos, juego de enamorados dentro de una galaxia, de una cama.

Sin fronteras. Así se hace. Dos contra todos, contra nadie. Dos que son uno y su saliva. Una fábula en contra de la prisa. Porque o sucede ahora o algo se pierde. Cada caricia cuenta. Nada de promesas. Cada postura procura un roce, pero no intimida. El sexo y su seriedad llena de risas y juegos. El sexo. El sexo. El sexo. La felicidad va aparte. Complacer, forma de vida fieramente humana. Siempre nos quedará la memoria. Siempre.

Entonces el movimiento, por fin, es el cambio de lugar de dos cuerpos en el espacio. Hay sudor en las sienes, en el pecho, rumor de párpados. La distancia lejos del obstáculo. Antes del estallido, el placer puede anticiparse, vibra en la carne y en el fuego. ¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir sueño? Un misterio lleno de revelaciones y gemidos. Se produce un destello, una pequeña muerte en vida. El orgasmo termina en un abrazo. Sexo, acción que borra todas las costumbres.

Ilustración: Guy Billout

Despecho

Hay en el despecho una forma de venganza cutre, un acto de vanidad. Porque la pena, cuando rompe, lo hace hacia dentro, convierte en cristales todo lo que moja. Rotos no podemos hablar o comer. Respirar es algo heroico. Despechados intentamos transformar el dolor en ira, la ira en golpe, el golpe en alivio. El alivio dura poco. Todas esas acciones para que el tiempo y su paso nos hagan ver lo equivocados que estábamos. Sí, equivocarse es un derecho. También lo es renunciar a ser amado, a amar o a ambas cosas. Cantaba Brel: «… pero con elegancia».

Las personas despechadas viven con un hueco dentro del tórax y la noche, sienten la ausencia del ser querido que ahora es objeto, diana. Las personas despechadas convierten el engaño en guerra, guerra contra el mundo y contra sí mismos. Y las guerras solo sirven para apilar muertos. Si fue amor, ¿por qué no sentir indiferencia? La indiferencia es el apoyo del silencio. Así podremos salvarnos de la pena. Las personas despechadas solamente arden.

Evitando el despecho evitamos dar explicaciones. Sí, fue un héroe. Ahora es una rata inmunda, una animal rastrero. Qué extraño. Todo cambia sin quererlo. Nada como la distancia para el dolor. Desde allí arriba, el mundo es un lugar menos salvaje, hecho de montañas, de valles y de nubes. Devolver el daño es un invento humano. Donde las dan mejor que no las tomen. Despecho como forma de debilidad. El flojo asesta el daño más profundo. Mirad qué fácil lo voy a decir: A, B, C, one, two, three, nadie con las heridas abiertas debe vivir.

Ilustración: Guy Billout

A nadie le importa que muera un guitarrista

Jeff Beck ha muerto. Silencio y estepicursores. Tiene que morir un guitarrista para verlo escrito: no le importa a nadie. Quizás a otros igual de viejos que le vieron tocar su Strato blanca, a familiares y amigos. Porque Jeff Beck es a la guitarra lo que la prisa al 2023, pieza clave para entender el instrumento y, sin embargo, anónimo e universal, un fondo de armario, músico para aficionados a los solos y las portadas feas. Y no pasa nada. Está bien que nadie le dedicara un tiempo y un espacio ocupado por artistas que estallan y se olvidan rápido. Las estrellas siguen brillando a pesar de que dejaron de latir hace millones de años. Pues bien, así en la Tierra como en el cielo.

Porque no conozco a ningún guitarrista que incluyera a Jeff Beck en la cumbre del Olimpo. La razón tiene que encontrarse en sus canciones, dispositivos para sustentar un sonido único y que casi nadie reconocería por la calle. Otra razón podría ser que este inglés de pelo sólido transitara por el rock, el jazz y todo lo que va entre medias como el que se levanta y abre la ventana. Ahí fuera el mundo da un poco de miedo. Dentro de un ataúd solo hay silencio.

Yo quiero decirle a Jeff que, hace mucho tiempo, compré uno de sus discos. Se llamaba «Blow by blow» y en él colaboraba Stevie Wonder. Lo escuchaba a ratos, como si música tan bien ejecutada contara historias que no eran para mí. Con el tiempo, nada cambió. Insistí en mi error. Ahora es demasiado tarde. Nunca podré preguntarle la razón. Lo que importa es la guitarra, su compañía, todo el amor contenido en seis cuerdas, un mástil. Cuando desperté esta mañana, la guitarra todavía estaba allí, sobre la cama. Por eso te doy las gracias, Jeff, querido amigo muerto. Salvaste muchas vidas sin saberlo.

Resistir

Resistimos todo este tiempo. Un mantra de oposición escrito en un cielo para niños. Nos limitamos a imitar lo que vivimos en casa. Padre resistía al despertarse muy temprano. Madre resistía en un trabajo fuera y otro entre paredes. A su vez, padre y madre resistían porque sus padres y los padres de sus padres resistieron. Pero ya no. La resistencia ha terminado. Hemos tenido suficiente. Ahora es momento de dejarse ir. Nada que ver con la derrota. Hace falta valor para admitirlo: que resistan los fuertes. Nosotros dejamos de resistir para evitar rompernos. Fuimos débiles, nunca nos rendimos.

El que resiste no gana, solamente resiste. Y sopla un viento que duele y el sol calienta menos que una estufa y el invierno es largo. Los animales lo despiden aletargados bajo un manto de nieve. Resistir, dormir, tal vez soñar. La palabra resistencia trae un aire de guerra entre aquellos que nunca quisieron ser soldados. Hasta los soldados aspiran a vivir en paz y agradecidos. Muchos conocieron el amor, atestiguaron el poder de la música y el tabaco, vieron un atardecer de fuego por detrás del bosque. Se acabó resistir a toda costa. La única resistencia que sirve se erige en contra de la muerte.

Podemos crecer, ampliar horizontes lejanos, aprender y progresar sin tener que resistir dentro de las horas, las estaciones, los años. Hoy se acaba. Hoy hay un compromiso de vida para resistir sin oponer ninguna resistencia. Este compromiso implica aceptar el lugar que ocupamos con la certeza de que la felicidad nunca es una aspiración que va a la contra, que los abrazos poco tienen que ver con los límites del cuerpo. El dolor desaparece cuando deja de encontrar obstáculos, barricadas. Hay calor sin resistencia, hay Sol. Lo juro.

Ilustración: Guy Billout