De la puta cultura del esfuerzo

«Esfuérzate», ese mantra. Del niño en el aula al adulto más bien triste, del trabajo a la pareja. Toda acción —en principio— implica esfuerzo, y de esfuerzo en esfuerzo vamos… y así vamos. Cierto, la contrapartida de consola y porros es aún peor, aunque las teorías, normalmente, se definen estando cómodos y por el aire. Problema: penar ha alcanzado el rango de cultura, y claro, solamente los currantes tienen éxito. La contrapartida es el castigo merecido, que se parece mucho al mérito. Esfuerzo como fin, comienzo de todo mal en la Tierra.

Porque nadie nos dijo (en un descuido) que, por mucho que se luche por un sueño, lo normal es no lograrlo, como si hubiera que esconder la realidad de las pequeñas cosas, esos anhelos inalcanzables incluso ya alcanzados. Será el miedo a crear frustración, desencanto, futuros invisibles, tres palabras y un adjetivo que definen nuestro tiempo. La desigualdad social gangrena el día y su afán, de ahí que haya que mantener la fe de los más jóvenes de cualquier manera. También a base de mentiras. Y señalándolos.

Resulta que una parte fundamental del esfuerzo personal no revierte en uno mismo, sino que se evapora en el mercado, precisamente el único con capacidad para decidir quién vale y quién repone las estanterías del Carrefour. En ese punto, con música ligera de fondo y el halógeno sobre las pestañas, uno ve claramente que cualquiera vale para esforzarse. El verdadero talento reside en fracasar manteniendo el entusiasmo intacto. Doy fe y sombra.

Ilustración: Guy Billout

Por un viernes sin piropos callejeros

Desde hace semanas se ha instalado en muchos hombres la creencia de que la vuelta a las calles significará tres cosas que en realidad son dos: disfrutar del verano a tope de gama, el regreso de la piel y los escotes en aceras y terrazas y un montón de mujeres ávidas de sexo tras un tiempo de encierro y castidad P2P. Pensar en ese posible escenario les brinda la oportunidad de encontrar el paraíso perdido en la tierra, aunque ahora exija llevar mascarilla a todas horas. Incluso durante el coito.

Así es como en mis paseos vespertinos del despacho al Carrefour vengo observando determinados comportamientos entre la facción masculina que afloran con más fuerza que nunca. Los «oye, guapa, ¡cómo te quedan esos shorts!» se alternan con un «¡joder, qué bien hueles, reina!», y los viejos que se dan media vuelta y resoplan ante el paso de una estudiante de psicología proliferan al ritmo con el que las calles recuperan el aspecto de siempre, el de espacios comunes donde muchas mujeres no parecen sentirse nada cómodas.

Por fin es viernes. La promesa del fin de semana nos alegra un poco esta semana zombi y quizás sea el momento idóneo para recordar a todos esos usuarios del piropo callejero que se abstengan o utilicen las normas de distanciamiento, precisamente para dar rienda suelta al verdadero sueño húmedo de ellos y ellas: el halago siempre sobra y más si no es pedido; en la cama también se folla con palabras. No seas imbécil y cállate.

Ilustración: https://www.redbubble.com/