Feliz cumpleaños, Brad

Brad Pitt, prueba viviente de que el tiempo pasa por todos menos menos por uno. Nosotros desgastándonos, cada vez más pequeños, intentando recuperar la ilusión siendo más niños que un niño gracias a los años. Brad, en cambio, se ríe de los jóvenes, demuestra que es posible ser guapo y tener suerte, pelo de sobra y una clavícula en la que me quedaría a vivir pagando lo que fuera necesario. Porque hoy, William Bradley Pitt, actor, humedad y arquitecto de suspiros cumple sesenta, sesenta putos años que convierten la edad de los perros en la única matemática del cuerpo de los hombres. Por cada año de este americano se mueren miles de cachorros.

De lejos, Brad aparenta treinta y uno. Tumbado, menos de cuarenta y cinco. Mientras él se quita décadas a los demás nos caen como una losa. Puedo verlo en amigos, en familiares, en sus caras de fruto seco y sus ojos desgastados de tanto mirar hacia el pasado. La edad se ensaña y, a pesar de los esfuerzos, la encajamos en un hueco que no le corresponde. La prueba la tenemos en Brad: seis hijos, dos divorcios y un castillo. Resultado: una mirada triste. Por eso vuelvo a él bajando del caballo. «Es un placer conocerla. Espero que usted y este feo de aquí sean muy felices juntos», decía. Después saluda a Julia Ormond tocando con los dedos el ala del sombrero. Y, entonces, mi vida cambia para siempre.

Porque la cara y el cuerpo cambian con el paso de los segundos, nada que ver con los meses o las estaciones. De los días cortos y los años largos a los días y los años cada vez más cortos, del reflejo que devuelve algo que no te gusta a un reflejo con el que debes conformarte. Así pasamos, sin saber muy bien qué ha pasado, pero con la certeza de que hoy, en alguna mansión de Los Ángeles, Brad Pitt se levanta de la cama, mira a su novia treinta años más joven y hace pis apretando muy fuerte la vejiga. Gracias a él sé que es posible enamorarse de otro hombre, imaginarlo andando por la playa con un bañador de palmeras frente a un atardecer muy rojo. Felicidades, Brad, nos diste más felicidad de la que tienes, nos haces sentirnos viejos sin quererlo.

Cumpleaños

Decía Ángel González que «para cumplir un año hace falta morirse muchas veces mucho». Eso sin duda tiene mérito, sobre todo cuando uno rebasa la edad legal y comienza a preguntarse para qué sirve marear al Sol, más allá de la vida que permite este gesto tan ignorado. Porque el día de tu cumpleaños te invaden sentimientos a la contra, todos. Por un lado puedes compartirlo, aunque la opción de rebelarte como una folclórica es tentadora. Queda terminantemente prohibido añorar el pasado, sea el que sea, porque ahí comienzan los problemas, naciste. Mejor levantar la cabeza, dar las gracias y seguir creyendo en lo bueno por encima de la verdad. Entonces los años cuadran.

Cierto. Estos mecanismos pueden ser percibidos como una manera burda de aguantarse en el tiempo. Su paso implica pérdidas de orina y amistades que yacen bajo un montón de tierra húmeda. Un día como este —nada especial porque cada día implica cumplir y deshacerse— sirve para darnos cuenta de que aún conservamos lo una vez amado, lo que amamos y, muy probablemente, seguiremos amando a pesar de que se nos descuente el cuerpo: amigos, familia, algún animal de compañía y el sonido del viento.

Sucede con hacerse mayor, que uno olvida lo malo dentro de los números, su macabra exactitud para explicar el mundo. Sorprende aún más el comprobar que cuanto más viejos menos sabios, como si haber visto cosas que otros no creerían nos reafirmara en nuestro desconocimiento absoluto de lo que somos o vimos en la gran pantalla de los longevos. Fue por casualidad. No hay pastel, ni velas, ni siquiera sorpresa envuelta en papel de regalo. Levantas la cabeza y te das cuenta, una vez al año, de que estás rodeado de otros que te quisieron, y te quieren bien porque estás vivo. Y se te olvida la muerte.

ilustración: http://www.cecile-gariepy.com

El cumpleaños de Bob Dylan

Tenía que caer en lunes. Hoy es el cumpleaños de Robert Allen Zimmerman, el otro Bob Dylan. El primero cumple 80 años; el segundo pasa de esas mierdas. Y es que si algo define la vida como concierto infinito es el misterio. Porque el chico de Duluth siempre estuvo en contra del titular y su propia biografía, de lo que sus fieles esperaban del infiel al mundo. Cosas del aspirante a que le dejen en paz. «Nunca vas a ser más increíble que tú mismo», dijo mientras encendía un cigarrillo. Palabra de Bob.

Así ha pasado ocho décadas, siendo consciente de que ser libre implica responsabilidades que ni uno mismo es capaz de entender, pero que se parecen bastante a abrir los ojos con el canto del gallo y acostarse sin sueño. Entre medias fue ídolo de toda una generación con flores en el pelo, después enemigo eléctrico, más tarde cantante de voz de clara de huevo en «Nashville Skyline«, cristiano y vaquero, voz de alquitrán otra vez, hasta terminar vendiendo toda su obra por 300 millones de dólares. Rechazó otra oferta por 400 y casi el Nobel. Todo my Dylan.

Lo mejor de todo es que después de cientos de canciones sigue siendo un gran desconocido, incluso para los que creemos conocerle. Es más, ¿quién se atrevería a decirle qué tal va todo, Bob? Uno se imagina en una barra con Paul McCartney o Paul Simon, compartiendo un vaso de leche y unos altramuces. Frente a Dylan sentiríamos la extrañeza del video «We are the world«. Por una vez la respuesta no se encuentra flotando en el viento. Y está bien así. Felicidades, querido; seas quien seas.

Ilustración: http://www.pivenworld.com

El cumple de Abascal y la II República

Sí. Apuntadlo bien en el calendario de las fechas importantes. Hoy, 14 de abril de 2021, es el cumpleaños de Santiago Abascal, futuro presidente de la República de Nuestras Pesadillas. La noticia en sí es tan irrelevante como el lanzamiento de un nuevo disco, pero lo importante son las felicitaciones de sus hinchas, una especie cada vez más numerosa capaz de transformar la certidumbre de un futuro peor en un presente más facha, más intenso, gloria. Destacan: «Hoy es el cumpleaños de una persona que solo y megáfono en mano, se lanzó a la calle para luchar por y para España»;«felicidades Santi, qué bien te conservas, ¿cuál es tu secreto más allá de no dar un palo al agua?»;«cumple años un gran líder que, aunque no le conozco personalmente, hizo cambiar mi visión y la de mucha gente de la política, alguien extraordinario que me ha hecho soñar otra vez con una España grande y libre de comunismo».

Está claro que un hombre así despierta erecciones y bilis, una mezcla entre lo que algunos necesitan oír y otros prefieren ignorar para decir bien alto que hace noventa años la II República Española nacía en brazos de Niceto Alcalá- Zamora. Aquel día, un rey incapaz se marchaba siguiendo la tradición, el pueblo salía a celebrarlo y el cambio de régimen tenía lugar sin derramamiento de sangre. Educación pública, mejoras de los salarios y conquistas sociales frente al abismo que separaba a amos y trabajadores, a católicos y anticlericales, al orden y el idealismo. Duró poco, más o menos lo que duran los sueños antes de la guerra.

El conflicto continúa. Es cierto que se prescinde de balas, sin embargo es igual de ensordecedor, cruento y hostil. En eso Abascal tiene algo que ver y por eso sonríe, sopla las velas y continúa su cruzada particular contra cualquier vestigio republicano. Que cada uno elija la celebración que más le convenga sin perder de vista que el pasado es «la única cosa muerta cuyo aroma es dulce». El presente huele a rancio y Abascal es su vanguardia. Felicidades, señora; que cumplas muchos más.

Ilustación: Cristina Daura

El cumpleaños de David Lynch

Hay que aprovechar que Joe Biden toma posesión del cargo más denostado del mundo para mirar en dirección contraria, hacia mundos extraños dentro de uno aún más extraño todavía, siempre con la facultad de aplanar la curva de la congoja cotidiana. Es, por tanto, una obligación dedicarle un homenaje al hombre que cambia de número el día en que Madrid se inunda: David Lynch. A juzgar por ese pelo tallado y pluscuamperfecto nadie sería capaz de afirmar que cumple 75 años, y 44 desde que estrenara «Cabeza borradora«, una película tan difícil de enmarcar como de digerir, quizás por los folículos de su protagonista, quizás porque las obras de arte adquieren nuevos e inesperados significados a medida que uno se difumina en el tiempo.

Escribía Foster Wallace: «Una definición académica de lynchiano podría ser algo que alude a un tipo particular de ironía donde lo muy macabro y lo muy rutinario se combinan de tal forma que revelan que lo uno está perpetuamente contenido en lo otro». El director deja claro desde el inicio de su carrera —música y «Dune» aparte— que la intuición es la que manda, y el espectador, por tanto, no puede más que limitarse a experimentar un viaje en el subconsciente ajeno para llegar a una conclusión denostada por todos: nada tiene sentido.

Y es que en sus manos, siempre sosteniendo un cigarrillo, nuestra cabeza tampoco tiene la sensación de estar pasando un buen rato, o de presenciar algo particularmente conmovedor o emocionante. Al contrario. Una canción de death metal interrumpe la conversación poscoito entre Sailor y Lula; Fred Madison habla por teléfono con un enano sin cejas escondido en su casa y que le tiende el teléfono en una fiesta; Jeffrey se encuentra una oreja en el césped… ¿No es maravilloso sentirse incómodo, un poco hueco, más humano sin carne a la que culpar? Que cumplas muchos más, querido David. Gracias por jodernos la vida en el buen sentido de la palabra cine.

Ilustración: Etsy