Un 8M raro, nuevo

Ayer, Día Internacional de la mujer, sucedió algo raro, nuevo. Y recalco que se trata de mí y mi circunstancia, aunque pueda compartirse. En lugar de sumarme a las manifestaciones callejeras o en Internet, dudé. Primero por ser un intruso en el día de ellas y Roy Galán. Segundos más tarde, pensé que no colgar una bandera morada, verde y rosa en el balcón de mi perfil me convertía en enemigo de la igualdad de género, precisamente algo contra lo que me rebelo desde mi privilegio de tío que asiste a una revolución sin sangre, internacionalista y para todos. Entonces pensé en las grietas. Siempre surgen para dejar pasar la luz.

Algo está ocurriendo en los márgenes de lo invisible si el 8 de marzo nos empuja a una reflexión ligada a nuestra esencia de humanos empeñados en hacerse daño. Porque hablar de feminismo no consiste en hablar de mujeres, sino que implica señalar el día a día de un orden económico patriarcal a la deriva, hablar de cómo esta fuerza, percibida por muchos como amenaza, aspira al verdadero cambio. Y a los cambios siempre se adhiere la duda, precisamente porque nadie hace pie en lo desconocido. O eso quiero creer porque será mejor. Y útil.

Queda claro que esta nueva senda la construyen ellas solas, aunque podemos estar para fregar el suelo. Podrán equivocarse mejor, dar pasos en falso, nunca hacia atrás, pero este tren no lo para nadie ya que plantea una vida propia y al margen de la ya vivida. Esa autonomía que tanto nos asusta a los hombres es la clave para materializar una utopía con forma de libertad libre. De ahí que hoy mañana y el resto del año celebre un 8M raro, nuevo.

Ilustración: https://www.onlyjoke.com

La guarra del instituto

Todos los institutos han tenido una guarra. En esa balsa de fiebre adolescente, y como si de una atracción turística se tratara, siempre hubo una Patricia, una Inés o una María —ningún Javier—, sinónimos de estigma. Más mujeres que chicas en una edad en la que se desayuna gominolas hacían lo que el resto nos atrevíamos a imaginar, ¡oh, error imperdonable! Así se comentaba la largura de su falda y sus conquistas, en parte porque a eso se reduce la vida hasta bien entrada la falta de memoria y porque la condición humana lapida a aquellos que logran antes que nadie las aspiraciones de la mayoría… y más si son mujeres. ¿Y cuáles son esas aspiraciones? Hacer lo que nos apetezca con quien nos apetezca, es decir, una condena para ellas.

Recuerdo mirar a X con la admiración del que creía que hacerse una paja consistía en meter una espiga de trigo por el agujero hasta que diera gusto. Ella, por su parte, me ignoraba, se montaba en una moto enorme con un chico barbudo y volaban juntos. «Ahí va la guarra», decía algún imbécil envuelto en una nube de humo. No todos hablaban de ese modo, sin embargo a nadie se le ocurría censurar el adjetivo, ni a los de mi clase, ni a los del B y mucho menos a los que pronto irían a la universidad. La mugre sale con dificultad y «las mujeres no nacen mujeres, sino que llegan a serlo». También en 2021 y sin Simone de Beauvoir en los platós.

Todas estas chicas eran guarras antes que hijas, hermanas o estudiantes y su mundo, capital o pueblo, se encargaba de recordárselo en las capillas y los juicios de la calle. Si intercambiamos ese instituto ficticio y redundante de mi infancia por las redes sociales encontraremos la misma bilis, idénticos comportamientos y dianas, como si el progreso implicara un flujo de información desprovisto del conocimiento que importa. A veces, el hábito es un cable tan enredado que asfixia el tiempo en el que fuimos reyes durante un día, necios toda una vida.

Ilustración: Giulia Pintus

¿Todavía no sabes por qué se celebra el 8M?

Todo comenzó con un «y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, el cual comió así como ella». Y a partir de ahí, tres pasos por detrás. Nefertiti trastorna a Akenatón; la reina de Saba pone en duda los dones del rey Salomón y va en busca del oro y sus ovejas; Aspasia de Mileto construye Atenas junto a Pericles pero se olvidan de incluirla en la placa conmemorativa; Cleopatra era la víbora que picó a César y Marco Antonio; Agripina se deshace de su marido para entronizar al pirómano Nerón. Y se señala a Pandora y su afición por las cajas de muerte y destrucción, a las sirenas y las mujeres de los deportistas cuando corren menos, a la Helena de Troya de las guerras en nombre del amor, a Melibea incitando a Calisto a hacer el mal…

¿Quién se acuerda de Emmeline Pankhurst, Ada Lovelace, Rosalind Franklin y Mary Wollstonecraft? La primera se empeñó en votar, Ada programó la máquina calculadora allá por 1842, la tercera fue pionera en el estudio del ADN y Mary se atrevió a dejar por escrito que «las mujeres no son inferiores al hombre por naturaleza sino porque no reciben la misma educación». ¿Y cuántos anónimos son mujeres? Jean Austen firmó «Sentido y sensibilidad» como By a lady, «Cumbres borrascosas» lo escriben Currer, Ellis y Acton Bell en nombre de las hermanas Brontë. Y por supuesto, la culpa de todo la tienen Yoko Ono y Corinna.

En el 2021 están cansadas de volver a casa con miedo, de ser juzgadas por querer una carrera profesional además de tener hijos y otro trabajo en casa, de ser consideradas una amenaza por atreverse a decir «no» y «yo también», de ser tildadas de violentas al proclamar el feminismo como alternativa al capital, de esos «esa es puta-puta, seguro» en la alfombra roja y las aceras, de ser acuchilladas. Si con todas estas razones sigues sin entender que cada 8 de marzo se celebre el «Día Internacional de la mujer», entonces eres el ejemplo perfecto del que ostenta un privilegio y aún no lo sabe. En realidad, todos los días lo son.

Ilustración basada en fotografía de Francesca Tilio

Prohibir la manifestación del 8M es una victoria

Madrid es la Sodoma de Europa. Aquí todos los días puedes brindar sin mascarilla mientras lo hagas en una terraza; coger el metro para sentir ese calor humano casi extinto; ir al gimnasio y confraternizar con el vulgo y de paso hacer culo; escoltar a negacionistas y excomisarios y fomentar la libertad de expresión de los que se escoran hacia la derecha de la derecha… eso sí, cuando ellas deciden salir a la calle para reclamar su derecho a caminar tranquilas de día y de noche se encuentran —¡qué casualidad!— con la prohibición de la Delegación del Gobierno. Y es que el 8M, Día Internacional de la mujer, siempre ha sido percibido como una amenaza para esa facción dueña de un miedo congénito a la fuerza de las mujeres y que se llena la boca con la tan denostada responsabilidad.

Porque las cosas cambian, sí, y además resulta que ahora lo hacen gracias a su empuje, siempre de manera pacífica, contra la distinción de géneros y manteniendo la distancia de seguridad. Es por tanto, que esta medida se percibe como una provocación, pero también como una victoria, precisamente porque implica razón y derecho en la lucha. Ya se sabe que, cuando la ley se sustenta en la parcialidad, algo huele a podrido en la Puerta del Sol y alrededores.

Resulta que las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes menos en la capital. Lo que parecen ignorar las autoridades es que el silencio tampoco lleva a ningún sitio y silenciar sin razones de peso sólo conduce a la ira. El feminismo será capaz de transformarlo, como viene haciendo desde el siglo XVIII, y encontrará la manera de ir más allá de la igualdad. Mientras llega, su eco se deja notar en los pasillos, en los colegios y en la vida al pasar. Este tren no lo para nadie.

Ilustración: http://www.lauraberger.com

¿Será el 2020 el año de la cuarta ola feminista?

El combate se repite a diario en el chat de los colegas. Más allá de definiciones relativas al feminismo —hablamos de un cambio de paradigma en la sociedad, no de un debate retórico— a casi nadie se le escapa que, salvando las evidentes diferencias biológicas, hombres y mujeres son muy similares. A pesar de la obviedad, cada vez que una mujer se declara feminista, la reacción entre ciertas facciones de ambos sexos es, a grandes rasgos, que es profundamente infeliz, odia a los hombres y nunca se pone sujetador. En cambio, cada vez que un hombre empuña la palabra de la discordia, enseguida es percibido como un provocador, un oportunista más sacando réditos del feminismo corporativista y su adhesión a lo políticamente correcto, Star Wars: El ascenso de Skywalker incluida.

Ahora bien. Si escarbamos en la piel del ser humano —con ello no quiero minimizar la importancia de la lucha por la igualdad de género—, nos daremos cuenta de que los hombres son programados desde niños para no tenerle miedo al miedo, encabezar revoluciones, tal vez destruir imperios, proveer las necesidades del hogar dejándose por el camino un ego frágil, pariente de la osteogénesis imperfecta, y por lo tanto, resistente al cambio de tendencias efímeras. ¿Camiseta «The future is female» (17,00 € en Amazon) o «El violador eres tú Remix»? Por otro lado, las mujeres arrastran una carga demasiado pesada desde hace demasiado tiempo: deben quitarse de en medio, desalojar volumen para hacerle hueco a la inseguridad masculina, demostrar cada día su valor específico.

Quizás — lejos queda la primera ola feminista nacida en 1848— el año próximo, numero igualitario, paritario y de la mayoría de edad en Japón, será el comienzo de la cuarta ola, la refutación del movimiento feminista no ya como una moda, sino como la solución al odio y el rencor de la especie, disparo de fogueo para ser quienes somos realmente… y no lo que se supone que debemos ser. Hay trabajo por delante. De todos.

«El futuro no es ya lo que solía ser» Arthur C. Clarke