Putos Grammy; bendita música

Resulta que esta madrugada se entregaron los Grammy a los mejores discos de un año aciago. Así es, a pesar de lo que sucede en los hospitales, la música continúa respirando. Y con ella una industria que, más que nunca, tiene a bien premiar a las mujeres, Harry Styles incluido, que acapararon la mayoría de premios en casi todas las categorías. De hecho, si uno presta atención a algunos de sus trabajos no puede más que rendirse a la evidencia de que saben lo que hacen y además lo hacen muy bien. Pero más allá de lo inútil que resulta equiparar la música (desde 1959) con un concurso de belleza, lo más importante es que todavía es importante para muchos, y eso sí que hay que premiarlo.

Con importante me refiero a que ocupa el aire de las mañanas, las tardes y las (antiguas) noches, el mecanismo de coches y ascensores, la piel del que vive en un bajo sin luz natural y se muda un rato a otro lugar más tibio y menos raro, lejos de lo que se desangra. Nada como escuchar o tocar música para diferenciar a los que oyen de los que escuchan, nada comparable con sentir que con los oídos abiertos se construyen ciudades, países, sistemas solares. Conviene evitar el uso de la palabra magia en estos casos porque ésta pretende; la música comienza cuando el truco acaba.

Más allá de lo que sienta cada uno hay una certeza inapelable: todos aquellos que la consideran una prioridad o una pasión han mantenido algo de cordura entre tanto sinsentido, se les nota tristes pero todavía vibran o sonríen cuando suena el «Concierto para piano n.º 2» de Rachmaninov, «Waiting room» de Fugazzi o «Kyoto» de Phoebe Bridgers. Ninguno de los tres se llevó el galardón en 1901, 1988 y 2021 y, sin embargo, se han ganado el honor más importante: convertir la soledad de millones de corredores de fondo en una reunión de viejos amigos. Putos Grammy, bendita música.

Ilustración: Job Parilux

La enciclopedia de Chick Corea

Chick Corea apaga su Yamaha y de pronto caemos en la cuenta de su legado. Cada uno a su manera. Algunos como público, su sonrisa, otros como técnicos, las teclas de un piano, todos como melómanos conscientes del poder de la muerte, la única con la capacidad de convertir el jazz en tendencia, el inicio de la inmortalidad. Y es que más allá de obituarios, modos y 23 premios Grammy —más que U2 y John Williams—, en la obra de Armando Anthony Corea se escribe toda la música que se escucha y no se oye. Bach, Miles Davis, el heavy metal de sus «Three Quartets», todos esos baterías insoportables, España retratada fielmente por un yanqui, África en Cuba, el Real Book, los Moog y la electricidad, Paco de Lucía pensando en ponerse las pilas con el solfeo…, y la lista continúa después de 75 años de tocar, componer e improvisar, esas cosas tan raras que hacían los músicos. Murió a los 79 y le faltó todo el tiempo del mundo.

Porque si hay algo que definía a Chick, por encima incluso de sus composiciones, es el romanticismo del que escribe música porque eso es lo que le hace feliz y lo sigue haciendo a pesar de las dificultades, la soledad del corredor de fondo, el ardor, la falta de ingresos, el pentagrama como cruz y redención. Dijo: «No tienes que ser Picasso o Rembrandt para crear algo. Lo divertido, la alegría de crear, está muy por encima de cualquier otra cosa que tenga que ver con la forma de arte». Y así, todo el saber enciclopédico contenido en su obra se reduce a un juego. Hoy los pianos tienen 87 teclas y otro minuto de silencio.

Ilustración: Chick Corea