Esa absurda fidelidad al horror

Las cosas buenas dan sentido al lunes. En cambio, las tragedias definen nuestros plazos, nos obligan a regresar a esa casa que es oscuridad y también nuestra. Todo con la insistencia de un predicador. ¿Qué estamos haciendo? No solamente insistir. También comprobar que algunas heridas no pueden curarse, de ahí que las habitemos, les insuflemos sentido. Sí, son cicatrices. Por eso laten. Esa absurda fidelidad al horror de la que escribía Baricco.

Todas las tragedias ponen a prueba nuestra humildad. Para ser humildes debemos ser pequeños, menos que nosotros mismos. Entonces la tragedia representa esa luz tenue al fondo. Resulta más fácil ir y volver a ella, sacar a la superficie un trozo de infierno suturado a dos personas. Una persona dentro de la pérdida, también dentro de lo que muere en uno; la otra persona nos acompaña en el duelo de seguir estando vivos. Todo irá bien, Javi. El intento de salvación personal implica la salvación del mundo entero.

Nadie puede salvarnos de nosotros. Ni siquiera nosotros. Podemos repetir trayecto con otros paisajes, recordar la playa antes de que anochezca. Es cómico. La misma tragedia protagonizada por gente que habla lenguas muertas, a veces gente muy cercana, familia, pero otros. Consuela comprobar que existe un número limitado de tragedias y que, a partir de una cierta edad, todo es repetición y por lo tanto aprendizaje. Quedémonos con la otra persona que mencionaba en el segundo párrafo, esa que nos acompaña y da sentido al lunes. Esa. Y la fidelidad se desliga del horror.

Ilustración: Zhang Yingnan

La música es el recurso de los que no saben hacer nada

Resulta que cada vez que el hijo del famoso de turno, la pobre niña rica sin oficio ni beneficio o el rebelde sin causa con el cordón umbilical conectado a una bombona de oxígeno deciden qué hacer con su vida —envidiada por casi todos, vivida por unos pocos— terminan confluyendo en el mundo de la música y sus diferentes variantes compuestas, entre otros expedientes X, de cantantes que no saben cantar, compositores enemistados con la armonía y escritores de textos tan ridículos como un libro de Loreto Sesma.

Y la cosa no es de ahora, sino que viene sucediendo desde hace años, llevándose hasta sus últimas consecuencias en 2019, espacio temporal donde es posible grabar un disco en casa y un vídeo-letra con el móvil, y en el que casi todos tenemos un colega realizador o (cum)munity manager con la capacidad de darle una pátina de bien de consumo masivo a lo que nunca debió de suceder, más que nada por la cantidad de muerte y destrucción que genera a su paso.

Porque si no sabes hacer nada, y estudiar medicina, correr maratones u obtener un doctorado en Harvard implica un grado de sacrificio y trabajo inaceptables para alguien como tú, la música es el cajón de sastre con el que tomarte un respiro y aclarar las ideas antes lanzar una colección de ropa a base de plásticos marinos, participar en la basura de Telecinco o pedirle a tu madre que te haga un ingreso. Por suerte o por desgracia, nadie recuerda las malas canciones y solo aquellos que nunca consiguieron lograr su sueño piensan en los malos músicos.

Quizás algunos no deberían intentarlo todo, y mucho menos cantar. Ya lo decía Mozart: «La música no está en las notas, sino en el silencio entre ellas».

El mundo en el que vivimos

En el planeta tierra, un punto azul pálido entre millones de estrellas y galaxias, hay mares, ríos, elefantes, sequoias milenarias, música, amor, Avtomat Kalashnikovas modelo 1947, paciencia y ruido, y sin embargo, los hombres y las mujeres lo viven y lo mueren de maneras muy distintas.

Algunos de ellos abren los ojos, andan hasta el cuarto de baño, se miran al espejo y en ese momento lo saben: son poderosos, de espaldas anchas y con pelo sobre los hombros. Cuando quieren algo lo cogen…, «¿para qué?»

Muchas de ellas se levantan cada día, se miran al espejo y en ese momento lo saben: son poderosas y sin embargo tienen que pedir permiso…, «¿por qué?»

Algunos de ellos deciden cómo y cuándo. Son plenamente conscientes de que la fuerza lo es todo y por la fuerza se abrirán todas las puertas. Se visten, besan la cadena que llevan al cuello y salen a la calle: «Hoy hace un día precioso.»

Muchas de ellas dicen que no y sin embargo esa palabra, esas dos simples letras, parecen caer en el olvido, en un vacío públicamente aceptado. Porque muchas están solas y a pesar de ello tienen que seguir abriendo puertas. Se ponen el chandal y salen a correr: «Hoy hace un día precioso.»

Algunos de ellos las ven pasar, las increpan con piropos, las siguen con la mirada y con sus propios pasos hasta que esas manos desprovistas de alma se posan sobre unos hombros que huyen, que laten y que, ya inertes, son enterrados entre el barro y la sangre: «Los quise y me los apropié.»

Muchas de ellas siguen corriendo, mirando a la cara a ese miedo que se convierte en grito, después en dolor y por último en rabia, la de todos.

Este es el mundo en el que nosotros vivimos, en el que ellas mueren: «Hoy es un mundo horrible»