Todos los años se repite la misma historia. El verano amaga con adelantarse unos días, a veces horas, y termina desapareciendo entre cumbres borrascosas y anticiclones. Y claro, uno que desea volver a ese tiempo comprendido entre dos siestas no tiene más remedio que comenzar por la cama y la duda: ¿quito o no quito el edredón? El problema es cuestión de estado cuando se comparte lecho. Ella tiene frío; él suda muchísimo; ella apuraría hasta mediados de agosto; él, en cambio, saca una pierna un rato, luego la otra y al final termina destapando sus vergüenzas en un mundo que ignora que hay tantos nórdicos como tortillas de patatas.
Los hay gordos, de fibra, tendentes a acumular cercos y además baratos. Compensan solamente porque te ahorras hacer la cama. Por otro lado mueres en su interior, igual que un san jacobo. En cuanto a los de plumas poco que decir: alergias y maltrato animal. Conviene recurrir al de fibra hueca de silicona, imposible de encontrar en el Ikea y, siempre según los expertos, ideal para todas las estaciones exceptuando el estío, momento propicio para sudar inmóvil. Mejor recurrir a las plumas del pecho de la oca —también maltrato, aunque no se aplastan— al de látex, al de carcasa de muelles, al que te tocó en herencia… Una movida.
Para los fanáticos de las compras un dato relevante: algunos cuestan 10.000 euros, igual que una moto pero sin la posibilidad de fardar. Si todavía seguimos indecisos por culpa de estos tiempos de confusión barométrica, resulta conveniente seguir los sabios consejos de Jósep Pla. Mayo es el mes en el que bajan las defensas, el primer zarpazo del verano con jersey de cuello alto y el momento más inoportuno para recordar un invierno que todos queremos dejar atrás sea como sea. ¿To edredón or not to edredón? Mejor la be. De nada.
