Son pocos los que ante la pregunta del día podrán responder que sí… sin mentir. Y es que ser bueno cuesta, como la fama, pero en su versión humilde desprovista de likes. ¿Medio bueno? ¿El de 300 gramos relleno de chantillí? ¿Todo el año excepto en Nochevieja que salí a tope porque la vida era una peli de Haneke? Cada uno que haga examen de conciencia teniendo en cuenta que, en general, nos hemos portado peor que otros años. Sin embargo, el 5 de enero es la excusa perfecta para volver tener la edad de nuestros hijos o sobrinos y desear aquello que no se puede conseguir: el viaje a Punta Cana para dar envidia, la Nancy un día con mascarilla por menos de 15 euros, la pistola Nerf del Fortnite con balas de verdad… Tú pide que los reyes magos andan atrapados en el puerto de Navacerrada entre madrileños con la mirada de Nacho Cano.
Lo único seguro es que en esa carta repleta de imposibles destaca el regalo perfecto para el pensionista y la enfermera en prácticas, para desempleados y futbolistas, para rojos y devotos del niño Jesús: los lápices de colores y por favor, que se acabe la pandemia. Frente al dominio de juguetes y colonias, volver al pasado tiene algo de heroico, precisamente porque se hará realidad en el impreciso horizonte del futuro. Además, este año pedir por los otros no es algo que se haga para quedar bien, sino para poder abrazarse o echar un polvo con la seguridad de no pegarle nada a nadie. ¡Cuánto se echa de menos compartir el vaso!
En todo caso, las postales más interesantes son aquellas que nunca llegaron a escribirse, las de la improbabilidad de recibir algo invisible e intangible, que sólo se anhela y nos eriza los pelos del brazo bueno. Reconforta pensar en millones de mayores y pequeños apagando la luz de la mesilla de noche, cubriéndose con el edredón del Ikea y deseando el fin del virus antes de cerrar los ojos. Algunos no tienen tiempo de hacer el bien, pero nadie es malo cuando sueña.
