Escuchar follar a los vecinos

A partir de cierta edad, en la vida, estar en casa proporciona un placer inigualable. Algunos le dan sentido al mundo con la aspiradora. Otros prefieren tumbarse y mirar su reflejo en la pantalla. Todos, a pesar de nuestras diferencias, queremos dominar ese lugar que nos da forma, a pesar del hormigón y del ladrillo. Entre esas actividades tan caseras como la tarta de la abuela hay una que nos convierte sin querer en testigos involuntarios y degenerados. Sucede de vez en cuando, o muy tarde o a la hora del yogur: escuchar follar a los vecinos. Y digo bien escuchar (prestar atención a lo que se oye con la mano ocupada) frente a oír (percibir sonidos con el oído bueno).

La cosa arranca con un do mayor de fondo, en el piso de abajo o al otro lado del tabique. Corrimiento de objetos. Una mesilla del Ikea. Los muelles de una cama. Comienza el desfile. Queda claro que no es un bebé con hambre. Entonces dejamos lo que estamos haciendo. «Calla», te dices. «Coge el móvil, que lo vamos a grabar», responde el gato. A ellas las escuchamos en estéreo, dan vidilla. Ellos nos recuerdan a un becerro que aspira hacia dentro. «Joder, la vecina está follando». Y todo se detiene porque la vecina, esa que no para de hablar entre semana, grita y retuerce los pies de placer. O eso deseamos. Nuestra paja depende de ello.

A mí siempre me ha gustado este espejismo del sexo al otro lado. Me saca del Pornhub y la historias a las que recurro desde hace años. Cuando los vecinos follan —o parece que follen— me los imagino con mejor piel, poco abrigados, más felices, más guarros. Además tienen flexibilidad, arriesgan, se rozan como a mí me gusta, manchando sus sábanas, pero dejando las mías impolutas. Es una pena que la cosa dure poco. De media… diez minutos. Luego hay un silencio en todo el inmueble que tampoco se corresponde con las horas, como si todos los vecinos fueran conscientes de que aquí folla todo el mundo menos ellos. El problema es que es verdad. Debería ser obligatorio escuchar follar a los vecinos. Debería serlo.

Ilustración: Lena Fradier

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