No leas más noticias

Prendemos. La palabra vergüenza acapara lo desalojado y un sol de mechero arde por arriba. La quemadura se produce al querer informarse, leer un titular en caracteres o tinta, al buscar otro contacto de la piel y lo que sucede cerca, quizás ese otro lado que no es piel. Todo cenizas, desesperanza, pescadores disparando a la punta de un iceberg. El agua de los cascotes polares a precio de champagne. Galicia lleva un mes sin charcos. ¿Dónde están las noticias para humanos? Resulta que ni los periodistas quieren ya leerlas. A nadie le hablan porque, de hacerlo, hundirían al mundo en su propia bilis. Y ya estamos hundidos. De ahí las maniobras de escapismo, el verano.

Evitamos la repetición diaria, aunque los días se sucedan. Vivir como forma más perfecta de desaliento. Lo confirman las encuestas: a mayor drama, mayor sufrimiento para el lector, vidente. Informar no puede ser solamente eso. Cierto, el mundo es digital, pero vinimos a él de entre las piernas de una mujer. Algunos quieren comprender, por qué, ordenar el movimiento de rotación previo a la calma. Diagnóstico: estrés postraumático. Mejor mirar hacia dentro. En eso consiste la noticia, en cerrar los ojos.

Este verano comienza bajo de esperanza porque sabemos que terminará peor. Cierto, en algún momento, antes, pudimos variar su curso. Ahora también, pero tanta rabia acumulada entierra la curva, produce monstruos en la carretera. Detrás de esa duna estaba el mar, estoy seguro. La noticia como mercado, la noticia como servicio. Mientras, el tiempo a lo suyo, la información y su mella, el conocimiento quedándose sin aire. Nuestras opiniones se encargarán de contaminar los últimos parajes vírgenes. Es el naufragio, y a pesar de todo, seguimos agitando los brazos ante la vida.

Ilustración: Guy Billout

Las cosas no cambian, cambiamos nosotros

«Las cosas no cambian, cambiamos nosotros», decía un Henry David Thoreau presumiblemente desnudo en su cabaña con vistas al lago Walden. Y es que tampoco hace falta abandonarlo todo —Thoreau recibía visitas casi a diario— para darse cuenta de la extraña relación que mantenemos con nosotros mismos a lo largo del tiempo. Así nos enfrentamos a esas fotografías en papel brillo, instantáneas en las que nos cardábamos a la última, y no podemos más que rendirnos a la evidencia: cómo hemos cambiado y cómo se nos ocurriría salir así a la calle. Lo mismo ocurre con el libro que leímos siendo críos y retomamos con arrugas. Las palabras son las mismas y, sin embargo, resuenan de tal manera que uno se pregunta si la edición fue adulterada mientras dormíamos, es decir, mientras vivíamos.

Es curioso porque, a pesar de estar en guardia y ser conscientes de una realidad que muta para mantenerse, también nos aterrorizan las actualizaciones del iPhone y el Logic, la nueva indumentaria del equipo de turno y la posibilidad de montarnos en un coche que conduce solo. Y si al final todo lo que hacemos se hace para mejorar, vamos, cambiar lo que somos, pues tampoco sabemos si el cambio del cambio nos deja como antes o si renunciar a él viene a confirmarlo.

Mientras nos perdemos, basta con mirar fijamente a la montaña, nunca estática, o al jardín adquiriendo las tonalidades marcadas por la trayectoria del sol. Ambos, y a diferente altura, representan un oasis al margen de lo que arrastramos desde marzo de aquel año borroso, mientras que nosotros existimos igual, pero de otra manera. Dentro de cinco cumpleaños miraremos con los ojos de este miércoles 27 y podremos decir que el mundo era otro por aquel entonces, que nosotros nacimos un día como hoy, como mañana. Cambio y corto.

Ilustración: https://andreykasay.com/

«Chernobyl», la fisión del terror invisible

Reactor 1. La central nuclear de Almaraz, en la provincia de Cáceres, produce anualmente el 6,5% de la electricidad consumida en todo el país. El método empleado, conocido como fisión nuclear, divide un núcleo pesado como el del uranio en dos o más —en estos casos la física «se limita» a imitar en condiciones controladas una reacción en cadena similar a millones de trampas para ratones saltando a la vez— liberando los neutrones contenidos en él. De esta forma, unos chocan contra otros desprendiendo calor que evapora el agua que a su vez mueve las turbinas generando energía eléctrica.

Reactor 2. La nueva serie de HBO, una película de terror «ochentero» de cinco capítulos, descompone lo ocurrido en la pequeña ciudad de Chernóbil el 26 de abril de 1986 a la 1:23 (UTC+3), momento en el que una secuencia perfecta de fallos humanos desencadenó un accidente de nivel 7, el mayor en la escala en la Escala Internacional de accidentes nucleares, con una estimación según el Informe TORCH 2006 de 60.000 muertes vinculadas al cáncer.

Reactor 3. La información se extiende por diversos cauces, en ocasiones más rápidamente que la luz, convirtiendo en imágenes y palabras un aspecto amorfo de la realidad. Es ese instante preciso que queda suspendido en el tiempo y el espacio generando una onda de choque que, al contrario del brillo azulado de los reactores nucleares, afecta a millones de personas. En ocasiones la dosis de röntgen es tan mortífera que termina atravesando el corazón de aquellos que no disponen de un traje contra la radiación. La información no se puede dominar, fluye, derroca gobiernos, mata.

Reactor 4. El horror es invisible y equivale a 400 bombas de Hiroshima. Lo único que puedes hacer es evitar parecerte al KGB: desconfía, verifica, no seas un idiota inocente; así nunca podrás ser un peligro para ellos. Y olvídate de la segunda temporada.