Tu salud

Tener salud es la única felicidad que cuenta. Porque el sano no solamente vive mejor, sino que se anticipa a la vejez en buenos términos con la soledad. Casi nadie sabe que la salud es un milagro, una oportunidad entre dos enfermedades —esperemos que curables— y a ella debemos consagrarle nuestro tiempo: dormir porque es gratis, duchas heladas al despertar para que el día tenga margen de mejora y comer quedándose con hambre. Todo sin olvidar la importancia de tener mala memoria y una mente que recurra a ayuda si hace falta. El resto, amor aparte, es facultativo.

Porque la gente que se va a morir quiere vivir más. Por su parte, el que agoniza nunca recuerda bienes acumulados o fungibles. En cambio, anhela esa tarde entre amigos sanos y con buena dentadura. Somos impulso, agua y huesos. Lo de ser polvo de estrellas implica parecerse a los atletas, los menos sanos entre aspiraciones de arder pronto y colgarse una medalla. La salud carece de rangos, velocidad y fronteras, es una y solo una, la misma para el pobre y el rico. La democracia era eso.

Digo todas estas tonterías porque lo vi en casa. Padre nunca pudo jubilarse. Hubiera dado todo lo que no pudo vivir por estar sano. Quizás fueran el tabaco y los disgustos. Tal vez su salud fue un truco de magia. Siendo joven lo ingresaron. A los pocos días fumaba a escondidas en el baño. Eso también era salud. Tuvo que ser mala suerte, mala suerte como antónimo de sano. Padre mantuvo el deseo de curarse durante un tiempo. Luego dejó de tocar la guitarra. La salud es la música que suena en casa. El que tiene salud tiene esperanza. Lo tesoros… para los faraones.

Ilustración: Guy Billout

La cultura del envase

La belleza está en el exterior. Repito: la belleza está en el exterior. A pesar del empeño por rascar la carcasa y dedicarle un rato a nuestros actos, el culto al envase alcanza sus mayores cotas de popularidad. A destacar las nuevas canciones de Rosalía, pero también la política del golpe de efecto, los bares como sucursal bancaria y viceversa, esos cachorros de la precariedad sonriendo en cada foto. Lo que va por dentro y desde dentro, ese don que rima con ser bueno en el buen sentido, pasa de puntillas por la modernidad. Razón aquí: renta mal y pica rueda.

La superficie, la simetría de labios y culo… las cosas sin fundamento forman parte del mantra que rige la semana. Entonces surge el inevitable prejuicio. Mejor dejarse llevar por la opinión, evitar una mirada hacia nosotros que nos enfrente al dilema de saber quiénes somos. Al fin y al cabo, el contenido carece de importancia, precisamente porque hace rato que se convirtió en carne de filtro. Entonces, poco a poco, vamos conservándonos al vacío. Luego el viento se levanta.

Hay todo un mundo diminuto en apariencia, pero de ahí proceden las cosas que dan forma y sentido a la biografía bien usada. Puede que se trate de pensar un poco —alejarse o hundirse en la superficie —, o puede que este anhelo sea otro producto más a la venta. Resulta que los que están a punto de morir siempre recurren a un trozo de vida conservado en un recipiente hecho añicos, a los amigos, al abrazo y los bailes. Lo invisible es eterno y está ahí fuera.

Ilustración: Hiroshi Nagai

Somos expertos en crearnos problemas

Su efecto duró varios meses. Cuatro o cinco. Los números importan poco o no cuentan. Con la muerte de padre se derribaba esa muralla levantada durante mi vida, obra de contención ante el dolor. El seísmo de la pérdida fue tan grande que vi caer grandes pedazos de miedo, sillares de incertidumbre del cielo a mis zapatos. Y un nuevo paisaje apareció. Pero uno de planicie y sol oblicuo, sin interrupciones, envuelto en la certidumbre de que, a pesar de los intentos, los días son mucho más sencillos de lo que nos proponemos al despertarlos. Y es que somos arquitectos de problemas, siempre empeñados en construir y diseñar un nuevo recelo, un poco más de cobardía, quizás esa enfermedad inexistente en un ahora que simplemente pasa al pensarlo. Luego nada.

Aquellos meses —bien pudieron llegar al año—, la ausencia de padre y su guitarra servían para reforzar una certidumbre sólida, líquida y de colores. Caminaba como vuela un colibrí —menos cromático—, sin la responsabilidad del que conserva y apuntala su muralla convertida en hortensia. Y el temor a ser como los demás se disipaba porque el hombre que teme al temor sólo necesita agua, alimento y lecho compartido. El cobijo lo ponen los amigos, el amor, el mar. En cuanto a los problemas… van menguando porque dependen de nuestra mirada. ¿Y si oteas el horizonte limpio? Ya no están.

Como siempre, el efecto dura menos de lo deseable. Más por culpa nuestra que de él. Así somos. Superado el trance —algo tiene el duelo de magia blanca–, comienzas a juntar guijarros, arena de playa, piedras, planes. Poco a poco el terreno baldío da paso a la huerta, después la zanja, luego las paredes, hay hueco para una piscina. Al tratarse de una propiedad mental se expande más allá de la razón. La voluntad mengua a medida que el tabique coge vuelo. Y así vivimos, atrapados fuera del mundo.

Ilustración: Guy Billout

Simone dice: «si no puedes más… para»

Así somos. Parece que tenga que retirarse Simone Biles de unos Juegos Olímpicos para que el resto de mortales priorice la salud mental, hasta hace poco ‘cosas de gente sensible’. Y es que en el gueto de la gimnasia, deporte demoledor para el cuerpo y la escala de daño, la desconexión entre cuerpo y mente —algo que sucede tras miles de piruetas— ha permanecido acurrucada. También el bloqueo, la ‘carcasa’ o la ansiedad de aquellas que aspiran a la perfección. Si a eso le añadimos una búsqueda constante y desesperada de historias de superación y modelos de conducta, el resultado es la mejor gimnasta de todos los tiempos echándose a un lado. El éxito viene siempre detrás de la vida. Repetimos; siempre.

Observando sus acrobacias en contra de la gravedad nos olvidamos de lo más importante. En los entrenamientos prima el error; por cada doble-triple clavado hay veinte fuera de pista; para noventa segundos de ejercicio se emplean niñez, adolescencia y restos de vida adulta, tiempo en el que, paradójicamente, sólo las más fuertes de cabeza aspiran a las medallas. Simone es culpable de una cosa: hacer fácil lo imposible, y eso tiene graves consecuencias para la ficción en la que parecemos habitar.

A pesar de las presiones, Simone dice: «si no puedes más… para, cuídate». El mensaje va a la contra de lo viejo conocido. ¿Dónde queda el espíritu de competición? ¿Y el récord y la historia? ¿Qué sucede con las esperanzas depositadas en ella? Sencillamente que esa mierda se acabó. A partir de ahora, los aspirantes al podio deberán tener en cuenta que el deportista de élite entra en la pista cuando se siente bien por dentro y por fuera, de lo contrario, saldrá en una camilla. Y de pronto, el mundo es un lugar menos extraño.

Ilustración: www.erickrasco.photoshelter.com

Para los que padecen ansiedad

La ansiedad puede llegar a convertirse en el tiburón blanco del dolor. Permanece oculta bajo la superficie, abarca el territorio infinito del cuerpo y la mente y algunos días muerde con saña. A pesar de la metáfora cetácea, ese fascinante animal es mucho menos peligroso que el trastorno en cuestión. Ahora que sólo podemos transitar ciertas aguas por cuestiones de distancia y caudal, vuelve a aparecer en muchos de nosotros. Sin embargo, y a diferencia de otras sensaciones anómalas, muta y se transforma, adquiere síntomas cambiantes: agitación o tensión un día, hormigueos en brazos y piernas otro, temblores, inseguridad, crisis de pánico y hasta pérdidas de memoria. Y claro, en el autodiagnóstico de Google aparecen docenas de enfermedades que incorporar a nuestra sombra, lo que amplifica una angustia que a veces deriva en depresión o, en el peor de los casos, en encefalograma plano.

El problema es que, tal y como están los hospitales, pedir cita con el especialista se complica. Más que nada porque atienden a meses vista —está claro que las prioridades son otras— y si lo hacen antes de verano es muy probable que te despachen en cinco minutos con un buen surtido de pastillas para ser medianamente feliz una parte del día. De la noche nadie dice nada porque se ve menos, pero soñar se hace bola cuando te despiertan las taquicardias y el rumor de una muerte próxima.

Ojalá tuviera la receta universal, al igual que ignoro las razones de mi estado. Cada uno lo gestiona a su manera, lejos de las drogas, cerca del deporte o sobre un diván de Maisons du Monde. Para mí lo ideal es una combinación de las tres y, pese al yoga y los pulmones como nubes, hay días en los que ni con con esas. Al menos si escribo sobre ello invento un clima de normalidad, una ficción clínica, ante un problema más grave que la inminente crisis económica. Aceptar la ansiedad y sus embistes es un gran paso. Y por cierto, aunque parezca imposible se supera. Palabra de ansioso.

Ilustración: http://www.nanlawson.com