Que sea fácil

Puedes verlo en los ojos de la gente: «pero que sea fácil», repiten. Entonces resulta inevitable pensar en el qué, porque, excepto la muerte, pocas cosas vienen dadas. Y menos aún las importantes. Con facilidad se adquiere lo preciso en la vida, aunque tendamos a confundir comodidad con fluidez entre tantas dificultades adquiridas.¿Alguna vez una relación fue fácil? ¿Fue fácil tocar el Preludio No. 1 de Bach en Do mayor? Define la palabra fácil. La facilidad es un destello, un poder, la esperanza de un mundo en el que todo es sencillo menos compartir espacio, aire, día a día.

Normalmente, este «que sea fácil» viene acompañado de una fotografía en un campo de lavanda. Fue fácil porque invertiste tiempo y cuidados en convertir una pista de hielo en un sillón orejero. Sucede lo mismo con las plantas. Necesitan música por los pasillos de casa, luz de lado, agua, palabras de ánimo, inquilinos que bailan frente a la ventana. De lo contrario, se marchitan o algo peor: mueren de pena. La facilidad nos llega con el hábito. Y el sol florece.

Cuando sea mayor todo será fácil. Mientras tanto, dedico el tiempo a entender ese empeño por la facilidad, convencido de la importancia del obstáculo. El peldaño como montaña, el charco a nuestros pies como océano, una nota preludio del silencio. Nada que ver con complicarse, sino con la certeza de que esquivar la traba nos traerá problemas. No quiero nada difícil, pero tampoco olvidarme de esta máxima: «es fácil amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar». Tan sencillo como eso.

Ilustración: Guy Billout

Echo de menos irme sin decir adiós

Durante todo este tiempo hemos hecho la vida de siempre excepto la que dependía directamente de los demás, es decir, la vida misma. Ahora que se vislumbra un final de ciclo que dará paso a la era de la electricidad cara y el embudo de conciertos y festivales, uno se siente nostálgico y echa la vista atrás. Ahí, arrinconada junto a la ropa de invierno, la vieja práctica de desaparecer de las fiestas sin decir adiós, despedirse a la francesa que dicen los españoles, o a la inglesa en boca de un parisino con peinado a lo garçon. Aquel gesto, perfeccionado durante años de aguantar chapas en grupo se ha visto abocado al olvido por una razón más que evidente: las reuniones son de dos personas; las de cuatro se consideran bukake.

¿Os acordáis cuando decían pero dónde se ha metido esta? ¿Y qué fue de aquel voy un segundo al baño seguido de un movimiento subrepticio hacia la calle, lejos del ruido de los cubitos de hielo, las conversaciones sobre viajes y el último restaurante abierto por Chicote? Y es que lo mejor de las fiestas era largarse cuando estaban llenísimas porque sólo de esta forma, discreta y elegante, se demuestra la buena educación del individuo frente a la masa.

Decir adiós con la mano tiene algo de insoportable, como dos gorriones que se van muriendo poco a poco; hacerlo con dos besos implica tener que dar explicaciones de por qué te piras; dar abrazos a diestro y siniestro en un campo de amapolas es el sueño húmedo de cualquier madrileño. «O te conectas al  Wi-Fi® o te vas», decía Erasmo. Pues de tanto querer irnos terminamos echando de menos quedarnos… para después volver.

Ilustración: http://www.saragironicarnevale.com