Esos que miran el mar

Esos que miran el mar… tienen que ser amigos míos. Llegan antes, extienden la toalla y se desplazan poco o muy despacio. Delante, un mundo plano, cementerio de mareas vivas y ballenas. Así atraviesan el calor, sentados o con los pies sobre la arena, absortos en ese intercambio típico de los arqueólogos. Yo los miro, así que soy ese que mira a los que sueñan de espaldas al verano, es decir, a los que viven. Tiene algo el océano que iguala, convierte las quemaduras en alimento para barcos. Ellos que miran, que quieren descifrar el tiempo… y el mar a lo suyo.

A veces, los que miran al mar se levantan con desgana. También fuman. Una vez, uno se acercó a la orilla. Apenas movía la cabeza. Brazos pegados al borde de un bañador rojo. Ojos en la diana del horizonte, raya al medio entre el cielo y la cumbre, ola o charca sin orilla al otro lado. Porque en el mar nos cabe todo, incluso lo que no se ve, de ahí que algunos encuentren rumbos en la superficie, conchas, caminos. Si hay algo que represente la juventud perdida es el océano. Por eso insistimos: nunca estamos solos en ese infinito azul.

Los castellanos tememos al mar, de eso no hay duda. Es por culpa del barbecho y los cerdos, de las tardes en las que todo deja de moverse. En cambio, los que miran al mar insisten en el milagro de la multiplicación de los peces y las horas. Ellos en con su afán diario, yo observándolos queriendo ser un poco ellos, al menos de cuello para arriba. Hay un deseo en cada mirada, entre mis ojos húmedos, un anhelo de volver para contarlo. La eternidad era esto, de ahí que ellos insistan cada día.

Ilustración: Hiroshi Nagai

Veranear

Viene el verano siempre con dos sombras. Una la que mancha las aceras, la otra es la de un lapso en la comisura de este calendario. Porque lo esperado termina por pasarse, moja los pies de la estación ingrávida. Entonces uno se aferra a la noche con sus días disueltos en mareas, frente al ventilador, aspas, sed, desvelo. Si hay que morir que sea ahora, con la luz de la nevera como guía, con las ganas de vivir intactas. Veranear, verbo intransitivo que implica vacación, el único momento donde el rico y el pobre se parecen. Mientras tanto, las niñas seguirán enamoradas del socorrista. La luna, en cambio, confunde hogueras con luciérnagas. Puro estío.

En el verano podemos secarnos al aire, vuelta y vuelo, dormir cerca del rumor del mar. Hay un campamento en alguna parte, un fuego. Imposible resistirse a no sacar la mano por la ventanilla. Nada de despertarse muy temprano para conducir más frescos. Mismo atasco, un océano de plástico, el interior a dieciocho grados. Tras la curva, la promesa que no acaba. ¡No te acabes! Pero acaba.

Cada año lo espero de la misma forma, en pantalones largos. Las ganas intactas, las faldas más cortas. Y llega la tarde cayéndose algo ebria por delante de nosotros. De este intervalo quedarán los libros que ocuparon la maleta, el ruido de los niños jugando en la otra orilla, la siesta interrumpida por los truenos. Ahora que te has ido, alguien debería escribir una canción de invierno. Por eso el verano atiende mis súplicas y regresa. Si no existiera se inventaría solo, con cada vuelta completa alrededor de todo, con cada vuelta completa alrededor de nada, sólo tiempo al tiempo. Y nunca es nuestro.

Ilustración: Guy Billout

Sólo nos preocupa el fin de las vacaciones

A estas alturas todos lo habremos sufrido de manera directa o de perfil: las vacaciones se han acabado. No contentos con asumir el drama, parece que estemos abocados a compartirlo, como si eso supusiera un consuelo. Y así pensamos en lo poco que nos apetece volver a una vida elegida, al menos en parte, pero que se aleja considerablemente de la idea original. Porque así funcionan las cosas del afán. Empeñados en alejarnos del presente, ahora el futuro se cubre de nubes y resurge el mar del mes pasado, ese tiempo muerto entre dos siestas de arena. Lo hace como una maldición, con cada paso de zapato en la calle, en un metro refrigerado mal aposta, en la oficina con compañeros que pierden el moreno al segundo café. ¿Cómo va a importarnos que el precio de la electricidad alcance cada día un máximo histórico? Que nos dejen con nuestras mierdas.

La razón para este trauma poco a nada tiene que ver con las responsabilidades del mundo viejo. De hecho, somos capaces de lidiar con ellas todo el año y durante décadas a base de ojeras y ardor de estómago. Sólo el asueto posee la rara capacidad de retrotraernos a la infancia muerta y enterrada, el único atisbo de vida libre. Ahí están papá y mamá cogidos de la mano, tu hermana con la cara cubierta de Frigopie y las tardes en las que mirar el atardecer frente al océano se parecía extrañamente al dedo de tu hermano señalando el cristal del acuario.

A los seres humanos nos interesa volver cuando queremos, nunca por imposición, y eso sucede de manera escalonada, inevitable. Y claro, uno se pregunta si nos sentimos mal porque se acabó el descanso o si se acabó el descanso porque nos sentimos mal. Curiosamente, el precio a pagar por el regreso es el mismo, tanto si lo gozaste al máximo como en el caso de desprenderte de racimos de lágrimas frente al agua salada. Resulta que la mayor parte del tiempo queremos estar en otro lugar; el fin de las vacaciones viene a confirmarlo.

Ilustración: Tracey Sylvester Harris Bliss

El final del verano

Los peores crímenes se cometen en verano

El campo grita y los animales huyen en círculo

Mientras tanto, los hombres desean frenar las horas y la culpa

Regresar al bañador y los misterios del cuerpo desvelado

Beber de espaldas a un sol que enjuaga los perfiles de la carne

En verano, las banderas son de humo

El agua, sal de un espejo en el que hundirse

Las piscinas cielos de vaso de agua

Y una cigarra anticipa el principio de la noche tibia

Resulta que podemos navegar el cielo

Abonar el sonido de los pies sobre la arena

Y así pasar las tardes, como se va el calor

De pronto, la ruina del descanso consiste en regresar a los afanes

volver a ser queriendo estar en otra parte

En el verano, en las luces del solsticio siendo enero

Agosto, como el mar, nunca se acaba

Ni en septiembre, ni en la memoria de los días cortos

Ilustración: http://www.emilianoponzi.com