La tristeza de la lotería

La esperanza es un boleto no premiado. Porque hay más probabilidades de que nos alcance el rayo que de tener el 05490 en la cartera. ¿La gente se aferra a los números porque es Navidad o es Navidad porque la gente se aferra a los números? Con esa duda en mente vemos caer las bolas, unas bolas que parecen de madera y se insertan en alambres. Doscientas bolas forman una tabla que recuerda a un pincho moruno de los que no se comen. Ahí está la esperanza de la estadística, atravesada una sola vez entre cien mil. Millones miran.

Hay mucha gente fea que juega a la lotería. Está por todas partes. En la cola de las administraciones, en el centro de Madrid y descorchando botellas de cava. Son parte indispensable del jolgorio que complementa a un sorteo triste por sus tonos. Los niños de San Ildefonso llevan una corbata granate y ropa que les viene grande, pierden fuelle y se equivocan mientras la gente fea gana millones. Frente a ellos, una comitiva de tres sepultureros (podrían ser agentes inmobiliarios) vela las tablas de esta nueva ley, la del dinero caído de un bombo.

La lotería es un juego de aproximaciones y distancias. Por esa razón lo miro desde lejos. Resulta que tras terminar la ceremonia se celebra un epílogo en el que las tablas son expuestas durante siete días. Todo muy de velatorio con el suelo cubierto de botellas y confeti. Es un juego maravillosamente triste este, pero quita el hambre hoy, alimenta la esperanza del próximo año quizás. Lo peor no es la estadística, sino creer que las personas son décimos. Mientras haya vida seguiremos esperando. Y así toca.

Ilustración: Guy Billout

De cómo una hostia acabó con los Oscar

A veces las cosas se tuercen. De repente, un hermano se mete con el pelo de tu mujer y tú reaccionas dándole una hostia frente a una audiencia blanca a la que nunca le interesó la gala de los Oscar y mucho menos la categoría a mejor documental. El gesto —demostración abstrusa de confianza y poder marital— pasará a la historia un rato mientras el cine queda reducido a un iPad lleno de huellas, las mismas que ahora manchan la mandíbula del presentador. ¡Qué cosas! Una vez más la realidad empeora la ficción, porque los sueños fueron de celuloide una vez y en 2022 las estrellas se pegan en directo.

Pero no hace falta irse hasta ese extremo para cambiar el curso de un tiempo que parece abocado a la incomodidad, el machismo y la cancelación. Poca broma con casi todo y nadie tomándose en serio las historias, realidades paralelas capaces de mejorar un día a día con extrañas similitudes con la entrega de los premios más importantes del cine de acción. Menos mal que Jessica Chastain nació para reinar y hacernos pasar el mal trago, amar, recuperar la fe en un dios que tiene que ser mujer sí o sí.

Gracias a esta edición los calvos están bien representados en Hollywood, de la misma forma que Jonny Greenwood no necesita premios que lo avalen como uno de esos músicos necesarios para una vida digna. Mientras tanto, todos opinamos, elaboramos teorías que nos permitan arrojar pelotas de luz sobre un mundo raro, cada vez más achatado por los polos y que, sin querer, se va preparando para el final del cine tal y como lo conocimos. El honor, en cambio, se mantiene intacto.

Ilustración: Guy Billout

De Javier, de Pe y los envidiados

Cuatro compatriotas en los Oscar de este año, ¡cuatro! Casi todos celebran la nominaciones de Alberto Iglesias y Alberto Mielgo. En cambio, una parte del corral, más o menos la mitad, descarga su malafollá contra Javier Bardem y Penélope Cruz. En ese gesto inútil se concentra nuestro mayor pecado de proximidad: la envidia cargada de complejos, o sea, la española. Si no hubieran nacido en Las Palmas y Alcobendas habría que alegrarse (a la fuerza) por el éxito de lejos, cuanto más mejor. Sin embargo, la pareja remueve algo que nada tiene que ver con su talento. De ahí que por estos lares sea envidiable eso que es bueno.

La razón se suele atribuir a la desconfianza y el resentimiento crónico, aunque ambos cuentan con gran aceptación en, por ejemplo, Francia e Inglaterra. Tanta belleza, tantos ingresos y ese deje de izquierdas… ¡imperdonable! Sí, pero aún escuece mas su triunfo sin trampas, antónimo de medrar, ascender a base de humo y pelotazos. Si «juzgamos» su trabajo en la pantalla —de ahí la nominación—, no hay más remedio que rendirse a la evidencia y darles Goyas, Globos de Oro y sobre todo las gracias por poner un país de pocos en la galaxia cinéfila.

Entre tanto revuelo ante el trabajo bien hecho, olvidamos un detalle importante. Los actores dependen de los demás para desempeñar su oficio: un teléfono que suena cada vez menos, personajes destinados a ser fotogramas y emoción, aquel casting que lo cambió todo. Quizás pensar en ello pueda ayudarnos a discernir al ciudadano y sus circunstancias del personaje que interpreta ese sueño de cine. Ahí, lejos de la furia y por una vez, estaremos todos de acuerdo. Sois maravillosos.