Ya no se hace música como la de antes

Dicen los viejos que ya no se hace música como la de antes. Pero antes, ¿cuándo? ¿La de ayer, jueves 1 de diciembre de 2022, o la de un tiempo feliz en el carrete? Porque la música de hoy, esa música, es la mejor de la historia. Música en cualquier parte, libre e imperfecta, creada en un estudio caro o en un estudio que es una pantalla, con una orquesta o las palmas de las manos. Nota: los discos de The Beatles suenan peor que los de Kendrick Lamar o Phoebe Bridgers. Otra cosa es lo que rodea al oyente, recuerdo, sus ayeres. Ahora, además, podemos escuchar música en un barco, con miles de cuerpos que bailan, al otro lado. Y eso es la hostia.

La música de antes es la música que seguiré escuchando. La de hoy es de Bon Iver y Mahler, Bach y Artic Monkeys. En realidad, nunca hubo un antes ni un después. Esto es un flujo en el que enredarse en los sonidos para ser felices. Quizás la mejor música de la historia tampoco sea la de hoy, sino la de mañana. Precisamente porque aún no existe. El futuro, un pentagrama en blanco con todas las canciones por vivir y por cantar. «Ya no se hace música como la de antes», dicen…

Ayer hubo en Madrid más de cien conciertos (me lo invento, fueron más). La mayoría prescindibles, música que se pierde entre conversaciones altas. A pesar de las audiencias, en una pequeña sala se hizo la mejor música jamás escuchada (me lo invento), música para nadie. ¿Dónde estuvimos antes? Empeñados en seguir las voces del miedo, miedo a nuevas ideas imposibles de entender, miedo que es un ancla que imposibilita volar alto. No hace falta destruir el pasado, no, ya se fue solo. Nadie puede destruir el futuro ni la música. «¿El futuro?», preguntamos. La música, lo mejor siempre.

Ilustración: Guy Billout

Disfrútalo ahora

Disfrútalo ahora. De hacerlo más tarde solamente quedarán las migas. Un ahora que al ser pensado pasará a otra cosa, instante que amontona ayeres, indiferencia hoy, futuros imperfectos. Puede que sea lo único que tengas a pesar de esa aspiración por prolongarlo. Será el miedo a encontrar una versión de ti no sujeta a ningún cambio, porque nada cambia cuando dejas de mirar hacia delante, atrás y adentro. De momentos oportunos están hechos los huesos, de ahí que tiendas a perder el día por querer estar en otra parte, por vivir en otros cuerpos. Este ahora es un espacio precioso, un parpadeo, el tuyo, ¿lo viste? Resplandor. Y ya dejó de serlo.

Nadie te dijo cómo atrapar el presente, ese que se clava en los poros y las horas. Presencia frente a vacío, volumen contra nada. Al proyectar lo siguiente, lo único que consigues es parecerte a todos los muertos que te precedieron, también a los próximos caídos, esos que andan a sus cosas. Nunca le interesaste a la espera, ¿por qué dedicarle un segundo? Llega y el sufrimiento calla un poco.

Extraño ir más allá, precisamente porque todo confluye a la vez y en un horario. Privilegio lo de ser y estar, aunque suene a clase de meditación. Habrá que creer que sí se puede, otro mundo es posible, aunque todos los tiempos formen parte de la «ilusión persistente» planteada por el genio de Ulm. Así un instante se hace eterno y así va, a la contra y para siempre ahora, un accidente que nadie logra prolongar en vida. Fuiste, eres y serás feliz en el presente. Y otro milagro se obra: tú, aquí, ahora.

Ilustración: Guy Billout

Recuperar la vida

Nos insisten con eso de vivir el y en el presente, plegaria de superación que conocemos de oídas. Bueno, quizás los niños la recitan cuando les sangran las rodillas o asisten al vuelo de un pájaro mudo, ese policía que dirige el tráfico. Sin embargo, descontado el tiempo en los años y el dolor de un cuerpo en continuo movimiento, terminamos olvidándolo. Es así, el presente no le pertenece a nadie. Hay una luz al levantarnos que nos lo emborrona, se hace un caldo de huesos e ilusiones, nos empuja al nicho de las postales y los sueños de futuro para cursis y privilegiados. Maldita y necesaria esperanza. Y uno insiste, aunque sea en otros.

Envejecer es hacer ruido, y es precisamente el ruido el que desvela la memoria del presente, silencio, shhh. Sí, aquí y ahora y como nunca. No lo vi(vi)mos. Estuvimos a otras cosas, las nuestras, mintiendo, siendo otros dentro de uno, durmiendo de lado, escuchando a Phoebe Bridgers y odiándola por genio, pintando la casa de sol. Parece que tuviera que ocurrir una desgracia, una pérdida seguida de otra, más pelos sobre la almohada, para levantar la cabeza. Recordatorio de la nevera: «Todo es presencia». Cierra bien, haz el favor.

En esa ausencia de lo que nos ocurre mientras respiramos, se retoma. El mundo no ha cambiado tanto desde que nos conformamos con pasar de largo. El presente, ¿qué?, tiene que existir a pesar de nuestro desinterés por la realidad y sus cosas. Soy, estoy en el comienzo del verano, miro las noches por detrás de la cortina, templadas, velos desprovistos de palabras, todo enigma, un antes y un después sin brillo, el de mis ojos. Estoy, no he vuelto, vivo.

Ilustración: Guy Billout

La gira imposible de Coque Malla (1)

Girar siempre ha sido la aspiración de cualquier músico. Cierras la puerta de casa y el tiempo adquiere una forma viscosa, de carretera encontrada, y te levantas en otra ciudad que nunca visitas y el público te concede su atención durante una hora que en realidad es mucho más porque termina convirtiéndose en recuerdo, a veces crónico, otras pasajero. Digamos que todas estas sensaciones permanecen intactas, pero la experiencia en 2020 es un compendio de eso sin llegar serlo… de ahí que la gira de este verano lleve el inevitable adjetivo de imposible. Porque lo es.

Y es que la imposibilidad también es inherente al músico, aunque Coque Malla no parece ser uno cualquiera. Así es como se lanza a presentar un repertorio en formato guitarra-David Lads-camisas de sastre y lo hace sabiendo que su banda y el significado de las canciones ha cambiado, al menos lo que dure este intervalo de máscaras azul piscina y gel hidroalcohólico, precisamente porque el mundo de ahora, que ni es nuevo ni es normal, necesita mucha música, pétalos, sonrisas, menos desastres y nada de humo durante la función.

No sabemos durante cuánto tiempo será posible seguir haciéndolo, si dentro de unas semanas volveremos a enfrentarnos a la realidad de una casa como búnker o si, en cambio, podremos disfrutar a medias de un verano que se parece cada día más a un simulacro de incendio. Así se nos escurre el presente, conduciendo a casa con la sensación de querer regresar al pasado, allí donde las canciones significaban lo que tú querías que significaran. Y Coque se pone contento pensando en el Naútico en septiembre. Y yo también.

Ilustración: https://www.adesantis.it/

Los que no se manifiestan en un Mercedes

Estábamos a punto de conseguirlo. Por fin éramos capaces de devolver el préstamo, vivir en un tercero con luz por las mañanas, incluso podíamos viajar por todo el planeta y compartirlo con el mundo, como si de pronto vivir de acuerdo a nuestros principios no fuera aquel plan inalcanzable y sí una certidumbre pequeña, pero firme… hasta el 16 de marzo de 2020. Ese día, y por primera vez, fuimos conscientes de que el porvenir se fundía en negro ante la primera generación que vive peor que sus padres.

Estamos hartos de luchar, de comenzar de nuevo, de mudarnos a un piso de estudiantes en el que no nos cabe el ficus, de reinventarnos una, otra, una vez más. Porque las fuerzas menguan y además, ahora que padecemos la violencia de un sistema que funciona para la minoría, tenemos que aguantar a Nadal y los nostálgicos del Mercedes descapotable reclamando una vieja normalidad que es un cadáver entre estadísticas a la baja.

A pesar de todo y como siempre fue y será, levantaremos la mirada y echaremos a andar manteniendo las distancias, lejos de Nuñez de Balboa y el desequilibrio camuflado en odas a la libertad libre; reclamaremos otra manera de crecer en la que reponedores y máquinas expendedoras son compañeros de fatigas; alternando ‘telesalud’ y médicos a domicilio, campos verdes y pantallas de móvil, lo público y lo táctil, la bici y la electricidad de Tesla. A veces retroceder también es un gran paso, a veces ser rebelde tiene causa… y además se hace presente cada día.

Ilustración: elisacanali.com