Los que no se manifiestan en un Mercedes

Estábamos a punto de conseguirlo. Por fin éramos capaces de devolver el préstamo, vivir en un tercero con luz por las mañanas, incluso podíamos viajar por todo el planeta y compartirlo con el mundo, como si de pronto vivir de acuerdo a nuestros principios no fuera aquel plan inalcanzable y sí una certidumbre pequeña, pero firme… hasta el 16 de marzo de 2020. Ese día, y por primera vez, fuimos conscientes de que el porvenir se fundía en negro ante la primera generación que vive peor que sus padres.

Estamos hartos de luchar, de comenzar de nuevo, de mudarnos a un piso de estudiantes en el que no nos cabe el ficus, de reinventarnos una, otra, una vez más. Porque las fuerzas menguan y además, ahora que padecemos la violencia de un sistema que funciona para la minoría, tenemos que aguantar a Nadal y los nostálgicos del Mercedes descapotable reclamando una vieja normalidad que es un cadáver entre estadísticas a la baja.

A pesar de todo y como siempre fue y será, levantaremos la mirada y echaremos a andar manteniendo las distancias, lejos de Nuñez de Balboa y el desequilibrio camuflado en odas a la libertad libre; reclamaremos otra manera de crecer en la que reponedores y máquinas expendedoras son compañeros de fatigas; alternando ‘telesalud’ y médicos a domicilio, campos verdes y pantallas de móvil, lo público y lo táctil, la bici y la electricidad de Tesla. A veces retroceder también es un gran paso, a veces ser rebelde tiene causa… y además se hace presente cada día.

Ilustración: elisacanali.com

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