Recuperar la vida

Nos insisten con eso de vivir el y en el presente, plegaria de superación que conocemos de oídas. Bueno, quizás los niños la recitan cuando les sangran las rodillas o asisten al vuelo de un pájaro mudo, ese policía que dirige el tráfico. Sin embargo, descontado el tiempo en los años y el dolor de un cuerpo en continuo movimiento, terminamos olvidándolo. Es así, el presente no le pertenece a nadie. Hay una luz al levantarnos que nos lo emborrona, se hace un caldo de huesos e ilusiones, nos empuja al nicho de las postales y los sueños de futuro para cursis y privilegiados. Maldita y necesaria esperanza. Y uno insiste, aunque sea en otros.

Envejecer es hacer ruido, y es precisamente el ruido el que desvela la memoria del presente, silencio, shhh. Sí, aquí y ahora y como nunca. No lo vi(vi)mos. Estuvimos a otras cosas, las nuestras, mintiendo, siendo otros dentro de uno, durmiendo de lado, escuchando a Phoebe Bridgers y odiándola por genio, pintando la casa de sol. Parece que tuviera que ocurrir una desgracia, una pérdida seguida de otra, más pelos sobre la almohada, para levantar la cabeza. Recordatorio de la nevera: «Todo es presencia». Cierra bien, haz el favor.

En esa ausencia de lo que nos ocurre mientras respiramos, se retoma. El mundo no ha cambiado tanto desde que nos conformamos con pasar de largo. El presente, ¿qué?, tiene que existir a pesar de nuestro desinterés por la realidad y sus cosas. Soy, estoy en el comienzo del verano, miro las noches por detrás de la cortina, templadas, velos desprovistos de palabras, todo enigma, un antes y un después sin brillo, el de mis ojos. Estoy, no he vuelto, vivo.

Ilustración: Guy Billout

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