¿De qué escribes cuando no sabes qué escribir?

A pesar de que todo es susceptible de ser contado —eso no significa que todos debamos escribir una novela, por favor—, algunos días toca hacer frente a la imposibilidad en su peor versión. Pero nada que ver con la falta de ocasión o medios para que una cosa exista, ocurra o pueda realizarse, sino justo lo contrario. Para escribir sólo es necesario hacerlo y reconocer que lo no escrito es, precisamente, lo importante, algo así como el silencio en música. Porque tendemos a maldecir el coma, rebelarnos contra nuestra falta de ideas y espiar huertos ajenos con el fin de recuperar el pulso, la electricidad, la pala. Frente a la falsa leyenda de la hoja en blanco, surge la hoja en negro que incluye todas las palabras del mundo, todos los senderos, y por lo tanto el bloqueo.

En este punto lo habitual es o bien levantarse de la mesa o, mejor aún, hacerse una paja. Si la sensación persiste, pides cita en la peluquería para regresar más fresco al punto del que huyes desde que sonara el despertador. Y comienzas a hacerte a la idea: ahora tampoco. Entonces sucumbes a la metafísica y anotas a lápiz que cuando uno escribe es ante todo y sobre todo lector y leer es lo que te empujó a juntar palabras. En este punto, el lector medio, ese que abona páginas, desaparece y sólo existe el anhelo del sosiego, del tuyo propio.

Pocas veces nos paramos a pensar por qué hacemos lo que hacemos. Quizás sea contraproducente embotellar el rayo. Pensar que uno es escritor confirma al segundo siguiente que uno es todo lo contrario, como si las palabras poco o nada ayudaran al que vive y vibra con ellas. Pues bien; hoy es viernes de secano y lo que acabas de leer representa de manera precisa y firme mi capacidad para equivocarme peor.

Ilustración: http://www.salzmanart.com/joey-guidone.html

Es viernes y hace calor

Es viernes y hace calor. De pronto, el quinto día de la semana roza la piel de un sustantivo tórrido. Y entonces las faldas se recortan, abrimos los botones y el cuerpo explota. Es un baile sutil y callejero, incluso para aquellos que sólo mueven la cintura cuando hay música. Después de tanto tiempo —tres estaciones son multitud—por fin podemos dar rienda suelta al deseo, o por lo menos mirar dejando rastro. Ellas parecen más ligeras y accesibles; ellos dan pasitos de gigante. Desde un banco los observo y doy de comer a los hambrientos. Pienso en caracoles, en magnolias que se abren, en viajes a Venus y una nube cargada de mosto. Lo reconozco, sucumbo al efecto de la humedad y las venas, al ardor y los gemidos en tetrabrik. Todo hacia dentro, nada sale fuera.

Hoy no habrá entierros, aunque los haya. Porque hoy es viernes y hace calor, y una ola arrasa la ciudad y sus fantasmas dejándonos la carne y la lengua, material fieramente humano, varios pares de ojos entreabiertos y una herida en la rodilla. El poder del termómetro resulta inexplicable, incluso en aquellos lugares en los que apenas llueve. La luz luce, la saliva sala, el mar manda señales a lo lejos y casi nos atreveríamos a asegurar que la felicidad existe, a retazos, pero algo es algo.

Somos el día en que vivimos, y cuando hace calor —hoy es el caso— desear es un reflejo. A nadie le preocupa que el cohete chino impacte en zonas pobladas de la tierra porque desde esta mañana las miradas arañan órbitas entre mechones de pelo, sobre la nuca, bajo la comisura de la pelvis. Es viernes y hace calor. Y por fin el mundo flota en la corriente, fluye, gime, aúlla.

Ilustración: https://www.lauraberger.com/

Arreglarse para quedarnos en casa

Cada viernes la escena se repite en cada barrio, en cada espejo de cada casa, aquí, en París o a las afueras de un lugar llamado Tierra. Y el sol se esconde a pesar de nuestra negativa a que lo haga, y las farolas iluminan la calle vaciada y el silencio se transforma en código morse. Es en ese momento, ni antes ni después, cuando uno se hace el loco y abre el armario, elige la mejor combinación posible, el azul con un toque de blanco, quizás un traje sin corbata o aquel vestido que teníamos reservado para una ocasión estelar, brillante como la promesa de una noche. Pasamos la cuchilla bajo el agua caliente, gel en cada recoveco, labios carmín, algo de rímel, rociamos perfume en la intersección del cuello y las muñecas y nos sentimos bien. Hoy es viernes, el mejor día para arreglarse y quedarnos en casa.

Con esta liturgia —impensable hace apenas un año— no pretendemos ignorar lo que sucede ahí fuera. Bueno, quizás un poco, pero se trata más bien de prestar atención a nuestro núcleo íntimo, sentir que estamos aquí y ahora sin estar en otro lado, jugar a ser terratenientes de una vida en pausa en la que todavía es posible vibrar sin hacer daño a los demás. Porque aspirar a impresionarse a uno mismo debería ser el mantra de este tiempo alambrado, lejos de miradas y gimnasios, de códigos y etiquetas. Cada uno la suya y todos en el sofá viendo alguna de los hermanos Cohen.

Algunos pensarán que se trata de un acto de inmadurez, pura frivolidad en el fragor del hospital. Nada más lejos, precisamente porque vernos guapos entre tanta muerte y cerrojo nos hace valorar en su justa medida el hecho de seguir respirando. Y así un reflejo se convierte en el mayor acto de resistencia frente al desastre de desaparecer ante nuestros propios ojos.

Ilustración: http://www.rikiblanco.net/portfolio/

Por un viernes sin piropos callejeros

Desde hace semanas se ha instalado en muchos hombres la creencia de que la vuelta a las calles significará tres cosas que en realidad son dos: disfrutar del verano a tope de gama, el regreso de la piel y los escotes en aceras y terrazas y un montón de mujeres ávidas de sexo tras un tiempo de encierro y castidad P2P. Pensar en ese posible escenario les brinda la oportunidad de encontrar el paraíso perdido en la tierra, aunque ahora exija llevar mascarilla a todas horas. Incluso durante el coito.

Así es como en mis paseos vespertinos del despacho al Carrefour vengo observando determinados comportamientos entre la facción masculina que afloran con más fuerza que nunca. Los «oye, guapa, ¡cómo te quedan esos shorts!» se alternan con un «¡joder, qué bien hueles, reina!», y los viejos que se dan media vuelta y resoplan ante el paso de una estudiante de psicología proliferan al ritmo con el que las calles recuperan el aspecto de siempre, el de espacios comunes donde muchas mujeres no parecen sentirse nada cómodas.

Por fin es viernes. La promesa del fin de semana nos alegra un poco esta semana zombi y quizás sea el momento idóneo para recordar a todos esos usuarios del piropo callejero que se abstengan o utilicen las normas de distanciamiento, precisamente para dar rienda suelta al verdadero sueño húmedo de ellos y ellas: el halago siempre sobra y más si no es pedido; en la cama también se folla con palabras. No seas imbécil y cállate.

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Tranquilo, por fin es viernes

Es inevitable ser español, español, español y no sentir cada mañana un ladrido entre las tripas, mezcla de desgarro y grito que te obliga a desdoblarte —cuando consigues echar a andar— en direcciones contrarias. Por un lado, vivir más fácilmente con ojos cerrados, entre campos de cerezas y dosis de 80 miligramos de inopia, quizás cerca del mar. Por el otro, hacer caso a tu instinto más primitivo y participar en la pelea.

Entre insultos, provocaciones y un intenso olor a podrido serás consciente de que todo se ha complicado, y el dinero ya no es un pedazo de papel, sino que hay depósitos CIALP y ventas al descubierto, un hombre calvo que ha ahorrado 112.000 millones de dólares y más de 2000 «héroes» apilando billones invisibles en el banco, gráficos Heikin Ashi, algoritmos y petabytes, métricas de vanidad, RSS, conciertos inolvidables en la memoria eufórica de Zahara y Nacho Cano, desfiles, procesiones, protestas pacíficas convertidas en atentados contra la democracia, sueños y pelotas de goma.

Mientras tanto, un general marchito y enterrado sobrevuela el cielo de Madrid al tiempo que Coque Malla canta aquello de «calles que susurran libertad», y te das cuenta que fue una gilipollez hacerte un selfie por el simple hecho de dar de comer a tus seguidores de Instagram, o que Vox desviara las subvenciones municipales que reciben sus grupos a cuentas del partido controladas por Ortega Smith, o la inminente crisis, la misma de siempre pero peor todavía, o la cicatriz de Joaquin Phoenix… Tranquilo; respira. Porque ahora España está en guerra consigo misma y América es el rehén de nuestras frases, y todos contra el mundo y los más listos creen que en Marte está la solución, en Marte… precisamente el dios de la guerra. Tranquilo, nada de eso importa porque por fin es viernes.