Es inevitable ser español, español, español y no sentir cada mañana un ladrido entre las tripas, mezcla de desgarro y grito que te obliga a desdoblarte —cuando consigues echar a andar— en direcciones contrarias. Por un lado, vivir más fácilmente con ojos cerrados, entre campos de cerezas y dosis de 80 miligramos de inopia, quizás cerca del mar. Por el otro, hacer caso a tu instinto más primitivo y participar en la pelea.
Entre insultos, provocaciones y un intenso olor a podrido serás consciente de que todo se ha complicado, y el dinero ya no es un pedazo de papel, sino que hay depósitos CIALP y ventas al descubierto, un hombre calvo que ha ahorrado 112.000 millones de dólares y más de 2000 «héroes» apilando billones invisibles en el banco, gráficos Heikin Ashi, algoritmos y petabytes, métricas de vanidad, RSS, conciertos inolvidables en la memoria eufórica de Zahara y Nacho Cano, desfiles, procesiones, protestas pacíficas convertidas en atentados contra la democracia, sueños y pelotas de goma.
Mientras tanto, un general marchito y enterrado sobrevuela el cielo de Madrid al tiempo que Coque Malla canta aquello de «calles que susurran libertad», y te das cuenta que fue una gilipollez hacerte un selfie por el simple hecho de dar de comer a tus seguidores de Instagram, o que Vox desviara las subvenciones municipales que reciben sus grupos a cuentas del partido controladas por Ortega Smith, o la inminente crisis, la misma de siempre pero peor todavía, o la cicatriz de Joaquin Phoenix… Tranquilo; respira. Porque ahora España está en guerra consigo misma y América es el rehén de nuestras frases, y todos contra el mundo y los más listos creen que en Marte está la solución, en Marte… precisamente el dios de la guerra. Tranquilo, nada de eso importa porque por fin es viernes.
