Los músicos cavaron su propia tumba

Músico 1: Si es que el puto fútbol nos jode a todos…

Músico 2: Hemos quedado mañana para ensayar todos juntos por primera vez antes del concierto de pasado mañana.

Músico 3: ¿Para qué? Si tocar bien da igual, la gente es gilipollas y no se entera…

Músico 4: Vamos a hacer el concierto por 200 euros porque nos vale para quitarnos el mono… tocamos a 30 euros por barba.

Así, de uno en uno, podríamos ir estableciendo el decálogo de lo que es y siempre ha sido el mundo de la música para la inmensa clase trabajadora, y por los que la «casta» —grupitos de estrellas más o menos establecidas— ha tenido que pasar, a excepción de alguno que se saltara los pasos y decidiera convertirse en un producto televisivo para nada relacionado con la creación, sino más bien con la idiotización catódica.

Se trata de una serie de «clichés» que se repiten entre el espeso humo de las paredes del Costello Privé, en los locales de ensayo o en cualquier evento frecuentado por señores con aspecto descuidado que responda con un  «señor, sí señor» a la sempiterna pregunta: Tú eres músico ¿verdad? (segundos de pausa y  uppercut al estómago )… pero ¿a qué te dedicas en realidad?

Músico 5 o amigo de músico 5: Vente a tocar al Sirocco, que así llenamos la sala y los organizadores se llevan el 60 % de la taquilla y el resto a repartir entre 3 grupos.

Y es que debe ser que los tópicos o frases hechas no dejan de responder a una realidad cierta e incierta a partes iguales: el colectivo de los músicos no cuenta para nadie… pero por algo será. Si los exportadores de textil ovino de la república de Mexico poseen su propia asociación y forman parte del tejido industrial de un país —por pequeño e insignificante que sea— ¿por qué los músicos no?

En segundo lugar, y respondo a mi propia pregunta, porque los músicos pierden el tiempo precisamente en poner de manifiesto qué es lo que no funciona en lugar de actuar (como demuestran estas líneas) y en tercer lugar porque la música es un acto que se toma demasiado en serio por el que la crea. pero no deja de ser un mero pasatiempo para el que la consume, al menos en Madrid.

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Músico 6: Yo hago música para follar… o para decir que tengo un grupo.

¿Y la responsabilidad de los músicos por ofrecer experiencias que cambien la vida de los pocos o muchos que van a verles? ¿No estará relacionado con el uso indiscriminado de confeti y lásers de los 80’s para convencer al público del 2016 que substituya fútbol y cerveza por emoción y catarsis? ¿No será que no hay suficiente mimo, respeto y paciencia para ofrecer LO MEJOR a un precio razonable, y que si se llevara hasta sus últimas consecuencias el fútbol, las cenas de empresa y el sarao de la Casa América estarían al final de la cola frente a la posibilidad de asistir a un concierto?

Admitámoslo: la música es una manifestación tan primitiva como un corazón que late, unos pulmones hinchándose o una polla introduciéndose en un agujero, es parte indisociable de la vida y por esa razón merece ser tratada con mimo. Músicos, cuídenla; denla de beber; pónganle mercuro cromo en las heridas; sáquenla a la calle una mañana vibrante de verano  —que es cuando está más bonita—; coloquen flores en su pelo porque sólo así podremos convertirla en la mayor manifestación artística del presente, un tiempo finito pero ansioso por tener experiencias únicas rodeados de desconocidos.

Músico 7: Ahora con los programas hago música sin tener ni puta idea… como David Getta.

Músico 8: Músico 7, mira dentro de ti y cambia el mundo porque de lo contrario los músicos conseguirán poner el último grano de arena sobre su propia tumba. 

«Trompetas del Acto II de Lohengrim por un tal Wagner».

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