Démonos importancia. Hacemos música, probablemente la expresión artística más primitiva y humana de todas y la que, al mismo tiempo —aparte del cine— demanda una mayor comunión espiritual con los compañeros de local, furgoneta, de estudio, de vida en definitiva.
De entre todos esos tipos de ojos pequeños y caras aplastadas como la cara cóncava de un Zildjian hay uno que destaca por su altura. Bueno, en realidad por su altura no, pero sí por su manera de acercarse al poco valorado oficio de dar hostias a unos tambores. (Redobles, Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, Tchin)
Nacho Mata, o Macho Nata, o Nachete, o el hijo de Pablo Parser, o el futuro marido de María, o el futuro María de marido, o el Chigre Pechigre de Verín, o un tipo que a pesar de los años y los genes sigue ahí, parapetado entre bombos anti-negras (no se tome esto como un dato racista, sino todo lo contrario), unos cuantos libros de historia a las espaldas y la ilusión de un gallego que es, a fin de cuentas, lo que es. (Nota del redactor: la edad del DNI es meramente accesoria, un recurso literario).
El caso es que ha sufrido transformaciones debidas a esa extraña fijación por dar cuerda a los pedales y poner de moda el casco-gorra, probablemente uno de los accesorios deportivos más extraños. Y se guarda todo para él, hasta que explota un día y escupe verdades. Pero lo hace sin levantar la voz, exigiendo una parte de razón que realmente le corresponde y que los demás no hemos tenido en cuenta, y cuando llueve él sale porque no entiende la vida sin que le aumente la frecuencia cardiaca hasta el encefalograma plano, algo normal entre humanos con corazón de 28 pulgadas y piernas de gladiador hasta el culo de EPO; corren y corren.
Y como la música es así, una especie de Frankestein que adquiere formas insospechadas y pone tornillos en algún otro orificio oculto tras un calzón amarillo, ahora comparte beat, ritmo, clic, claca y mesas Behringer con un tipo delgado, que se mueve muy rápido, casi tipo colibrí en bici plegable de las caras llamado Pablo Sotelo, o Pablo, o directamente Sotelo. Resulta que también es gallego y se gasta su sueldo en un timpani porque es lo que hay que hacer: echar leña al fuego de la pasión.
Y así, los dos, sin quererlo pero sabiendo que tras los baches de un ensayo que parece no tener fin se encuentra ese lugar especial, que solamente conoce la gente de mar y se disfruta con los pies dentro del agua y una Estrella en la izquierda porque en la derecha sujetan las baquetas Vic Firth 7AN, van creando algo que no se parece nada a un monstruo, sino algo con forma de tormenta, sin cuerpo pero con los ojos de Charlize Theron, sin hits porque vienen a fracasar, en silencio y con truenos a la espalda. La música necesita héroes y son ellos. Pablo Mata y Nacho Sotelo.