Está claro que 2016 ha sido un año funesto para una generación que comienza a envejecer más de lo que era necesario. Entre tanto referente cultural, poético y estético desaparecido, y apenas unos días antes de celebrar el nacimiento «poco probable» de un rey en un pajar, se muere otro cantante. Pero no uno más: Georgios Kyriacos Panayiotou —en griego profundo, Γεώργιος Κυριάκος Παναγιώτου— o para entendernos, Jorge Miguel.
Ahora es cuando debería hacer un ejercicio de nostalgia inevitable y decir que marcó mi adolescencia con su mata de pelo capaz de dejar a Carmen Sevilla a la altura de Yul Brynner —en ruso, Юлий Бори́сович Бри́ннер… y su Faith envuelta en vaqueros rotos, botas «chúpame la punta» y crucifijos en las orejas, pero si no lo hiciera, cegado por los flashes de las modelos y las malas canciones (tiene unas cuantas) entonces perderíamos la verdadera esencia de este cantante: siempre antepuso la libertad personal a todo lo demás… y la llevó hasta sus últimas consecuencias.
Pero esta necesidad no solamente se manifestó en su politoxicomanía, ni en follisqueos en baños playeros (fue un gran defensor del sexo en lugares públicos, es decir, cuando y donde te apetezca, incluso mientras meas), ni en su substitución temporal del rey más reina más importante de la música (Freddy Mercury, R.I.P.) ni en su cruzada contra una discográfica que quería encauzarle hacia latitudes más «radio friendly» en contra de su necesidad personal. Ni siquiera en su homosexualidad encubierta durante años porque claro «si eres maricón como Miguel, venderás menos». No, la libertad estaba escrita.
Escrita en canciones como Freddom 90, Soul Free, Free que fueron acompañadas de mujeres cantando con voces de hombres, hombres vestidos de mujeres, hombres con cara de ángeles con caras sucias, de demonios con placas y porras perfectamente aseados y, finalmente, con la voz de George, un artista que nunca pudo encontrar la pieza que faltaba, pero que en su búsqueda abrió la mente de muchos idiotas, todavía vivos, que en su día creyeron en la posibilidad de poner barreras y límites a la creación. Se encontraron con un tío que decía fuck you y lo hacía sin desafinar una sola nota.
Por la libertad, lo único que nunca podrán quitarnos, George.