Fue un día como hoy, año premariano, de hace dos décadas y un lustro. Caían shurikens blancas del cielo gris Corcuera y los técnicos del ayuntamiento preparaban las luces para la absurda celebración del año nuevo ( ¿ hay algo placentero en comer uvas con hueso – en aquella época los transgénicos no se comercializaban- rodeado de desconocidos que te soplan la nuca, a dos bajo cero y lejos de la chimenea de casa?)
Un chaval pequeño que se parecía mucho a mí ahora pero sin todo lo malo de crecer, le tiró una bola de nieve a Cristina, una compañera de clase que paseaba por la calle del chaval que, tras lanzar el proyectil y en lugar de esconderse detrás de un coche o correr para disfrutar del momento, se plantó en mitad de la acera con cara de : si, he sido yo quién te ha dado ese viaje en el centro de tu frente que comienza a adquirir tonalidades purpúreas y forma de una piedra escondida de cinco puntas entre tanto hielo, ¡qué pasa!
Cristina atravesó los veinte metros que le separaban del «sniper chulito» con la expresión de un toro de rodeo al que le acaban de dar una descarga de 450 W en los cuartos traseros y, sin decir una sola palabra malsonante, le pegó una patada en los huevos situados entre las dos pequeñas y flacas piernas del receptor que lo levantó unos centímetros del suelo.
Entonces ocurrió. El niño gritó algo parecido a «$·%!&/·/$&$/&$=?=$???pi,pi,pi, 3.1416» y tras mirar detenidamente un copo que se posaba en la punta de su nariz, impactó de espaldas el suelo embarrado de la calle San Geroteo. Y lo supo.
En ese preciso momento y mientras Cristina se largaba en dirección a la Plaza Mayor, fui consciente de que cuando te dan una patada en las pelotas y por una extraña razón que no llegamos a comprender, te duele el estómago, la cadera, un poco el esófago, las sienes palpitan, sudas y te retuerces como Carmena esquivando los golpes de Esperanza, vomitas baba y hablas el idioma de Chewbacca, pero tus pelotas no te duelen y brillan en tu cabeza como las que decoran el árbol de navidad de la puerta del Sol.
Si hay un mensaje que debamos transmitir a nuestros hijos varones estas navidades es precisamente ese.
Feliz Año Huevo a todos.