Halagar como medio para conseguir objetivos

Es un hecho. Está por todas partes. Y no me refiero al jodido fútbol o al cabreo generalizado que existe en este país por el traspiés de una justicia que se antoja injusta y embadurnada en lubricante Real (R de Reyes). Es algo que, al haberse convertido en la tónica general, en un comportamiento socialmente aceptado por casi todos, ni siquiera es motivo de conversación entre los chismosos o los que pueblan las cloacas de los cotilleos tipo AR: existe una tendencia nauseabunda al halago, al peloteo al «qué maravilla, que bonito lo hace», al «desde el primer segundo en que lo vi sobre le escenario me di cuenta de la pasión que tiene por su trabajo», al «ayer nos hiciste felices», al… ¡Dios, que bochorno! Me da cosa hasta seguir escribiendo porque mandan mis tripas y no el cerebro y mucho menos los testículos que me cuelgan como a un gato en huelga de hambre. No quiero leche, ni sardinas, quiero la verdad. Coño.

Esto no significa que aquello que nos emociona no deba ser proclamado a los cuatro puntos cardinales (los filósofos piden que se imparta filosofía, los físicos más física, los curas más niños pequeños…), pero está claro que no todos son tan buenos y que mucho menos se merecen estas tormentas de rojas rosas sobre sus cabezas. ¿Es la única manera de ascender en la pirámide? ¿Si no le dices al músico, escritor, director o jefe de departamento que es la puta hostia no quedará ni una migaja del pastel para ti? ¿Tenemos un criterio cortado por el patrón de «mejor quedar bien por si acaso antes que quedarme callado»?

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Discrepo y lo hago con conocimiento de causa. Porque muchos de los que llegaron a convertirse en aquello que intuyeron poder llegar a ser lo hicieron a su manera, sin escupir pelo púbico ni doblar una sola rodilla (aquí no hay guerra de sexos ya que ambas actividades son llevabas a cabo indistintamente por hombres y mujeres, así que no hay debate que valga). 

Es en estos casos, cuando se confunde el éxito con la popularidad, el halago con el oportunismo, el corto con el largo plazo es cuando debemos parar, respirar hondo, ver como el muñequito pasa de rojo a verde y seguir andando con la absoluta certeza de que solo unos pocos pueden hacernos soñar, que solo una minoría puede conseguir que nos elevemos un par de centímetros de la tierra  y que Messi es el único músico sobre el que no hay discrepancias. Sí, sí, músico. Todo lo demás es susceptible de código rojo.

P.D: Voy a lavarme la boca y a comerme un Tigretón frío… y el mundo a lo suyo.

 

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