No nos gusta que nos lo digan. Preferimos vivir en paz. Ya tenemos bastante con el día a día, el I.V.A, las colas en el carril lento de la piscina, los compañeros (insoportables) de trabajo, la mala educación, los festivales de verano y los «selfies» de mirada vacía con fondo de desayunos a base de fruta como para que venga un dibujante (sí, un maldito dibujante), de cabeza triangular, barba canosa, alma de niño que no quiere las las espinacas y pensador oculto bajo la apariencia de un hombre normal con sus viñetas, y nos haga replanteárnoslo TODO: que los niños, representantes de la esperanza y los horizontes amplios, son en realidad un ejército de nuevos consumidores, que los adolescentes con sus granos, patinetes y obsesiones tecnológicas son el último eslabón de esos niños previos que tarde o temprano entrarán en un molde con su número de trabajador en el bolsillo de la camisa y su mesita ad hoc, que lo que hay en la cabeza de los votantes es un profundo deseo para que las cosas cambien a mejor, pero los atenaza el miedo, y en la de los políticos el dinero, salir bien en la foto, la ambición y besar a bebés es lo que manda.
¿Por qué no nos dejas en paz, Miguel Brieva, sobre todo ahora que llega agosto y podemos ir a la playa a las seis de la mañana para pillar hamaca en primera línea y pensar que lo hemos conseguido, que nuestros derechos fundamentales están, cuanto menos, asegurados?
Él no responde a la pregunta. Se limita a desnudarla en forma de bocadillos con aspecto de nubes, repletos de spray de guindilla y pica pica light, ironía, mala hostia y dibujos fascinantes y en los que dos enamorados se besan rodeados de maldad estructural e ingenuidad personal e intransferible, la misma que nos exime total o parcialmente de todas las tragedias del día a día (¿acaso soy el causante del calentamiento global si echo el brick de leche de soja en la bolsa amarilla, monto en bici y los pedos me los tiro para dentro como Sanchez Dragó?).
Porque el mundo, nuestra realidad, está llena de «emperdedores», de millones de seres deprimidos que buscan el éxito sin saber que es un malentendido, de libros a 25 euros que prometen el fin del capitalismo… y, sin embargo, queremos seguir tostándonos bajo el sol, tranquillos y con los oídos repletos de conversaciones de familias numerosas que devoran «tuppers» de paella de marisco.
Háganse un favor y léanlo. Al principio sentirán un pequeño mareo, pero una vez que la verdad invade el torrente sanguíneo el mundo adquiere una nueva dimensión y resulta disfrutable, tanto como lo es el poder de imaginar que podemos cambiarlo.
Gracias, Miguel. De verdad.