Lo escucho en las conversaciones entre chicos sin novia fija y heteros casados, entre machos, entre mujeres («que es que a Alex le ha dado ahora por el culo y no para de pedírmelo, Conchi. Todas las noches, ¡ains!») entre maricones, entre psicólogos y políticos; en fin, casi todos están preparados para la puerta de atrás. Pero ¿por qué? ¿Qué tiene el culo que nos vuelve locos? Desde hace décadas en los países mal llamados occidentales venimos asistiendo a la caída de ciertos tabúes relacionados con el sexo. Primero fue el sexo oral que dejó de ser considerado práctica sexual en California para pasar a incluirse entre los pasatiempos de moda (junto a irse de compras).
Después la homosexualidad fue despenalizada (aún queda un largo camino para que se equipare a la heterosexualidad, pero seguimos en la lucha) y ahora el culo, ese orificio tan fascinante, ocupa los postres y algunas tardes de lluvia con té sobre la mesa.
Sin embargo, si uno no siente esa particular sensación de poder cuando lo practica (asumimos que el que recibe está fuera de la ecuación), ni el hecho de entregar esa flor a tu amante supone una muestra de confianza total y aún menos una prueba de amor incondicional (los hay que solo se corren por el culo con desconocidos), ni es algo nuevo después de haberlo practicado mucho (algo nuevo sería un ano nuevo), ni uno admira particularmente esa parte del cuerpo ni en mujeres ni hombres (soy más de dientes), ni el hecho de que esté más prieto que una vagina o una boca sean razones suficientes para pensar en ello cuando uno quiere «ser sucio» y si uno es heterosexual pero le encanta que le estimulen esta parte con la lengua, el dedo o directamente con un consolador con la forma del pene de James Dean (el actor, pero el otro), ¿dónde reside el enigma que me lleva pensar en el agujero pequeño cada vez que fantaseo con una amante imaginaria?
A veces los caminos del amor son inescrutables y los del culo aún más, pero nada demuestra mejor que quieres mucho a alguien que practicar el sexo anal. Eso y el pelo, claro.