Esta es una cuestión de extrema gravedad. Parece que estamos llegando a un punto en el que todo vale: salirse de un país a la fuerza, llamar al jodido Vargas Llosa para darle cierta pátina de respetabilidad al desastre, insultar a cualquiera que piensa de manera distinta a nosotros (aunque se lo merezca), tirar las colillas a la acera hasta formar una pequeña capa de permafrost contaminante, seguir insultándonos hasta ser plenamente conscientes de que, efectivamente, en este país estamos divididos y parece que seguirá siendo así de por vida pero, y si esto se encuentra en la cima de la pirámide de afectos y desafectos, ¿qué hay de aquellos y aquellas que te meten el dedo en el culo sin avisar?
He de reconocer que esta es una actividad altamente placentera, tanto para el emisor como para el receptor, pero últimamente y entre la gente que conozco —poco recomendable y con tendencia al exceso en forma de Tequila Sunrise y Cosmopolitan—, coinciden en algo. No les gusta que les metan el dedo en el culo, pero todavía menos que no les avisen antes de introducir un trozo de falange dactilar en un conducto que, según ellos, es de salida.

Pero bueno, ¿cómo es posible que hayamos podido llegar hasta ese punto? ¿Negarnos a alcanzar el Nirvana masculino (chicas, siento ser restrictivo pero al menos vosotras podéis sentir placer durante algo más de un segundo de éxtasis eyaculador); a ser las Reinas de nuestros sueños; los Reyes de la colina y dirigirnos a esa máquina de matar fascistas con el limitante título de MAM, es decir, Masturbación Anal Masculina? ¿Qué coño es esto, un MBA de los bajos?
Al principio duele un poco —en esto el doctor Jack Morin, autor del superventas «Placer anal y salud» es bastante contundente—, pero oye, todo requiere de un proceso y sobre todo de cariño, de mucho cariño. Después podéis poner en práctica lo que escribe (y reproduzco literalmente) Yvonne Fullbright en su obra maestra «Tócame aquí»: «Masajea la parte interior de los muslos, los genitales y las nalgas. Esto hará que aumente el flujo sanguíneo y que toda la zona se excite más. Toca la abertura anal de tu pareja con un dedo bien lubricado. A medida que el ano se vaya relajando introduce el dedo sólo hasta el primer nudillo». No sigo porque me pongo perro.
Al final de lo que se trata es de darse placer (en el fondo es como un 69 pero con un dedo de más; en total 70), sin embargo, estoy de acuerdo con esos miembros de Forocoches que consideran el ano como una especie de templo de Jerusalén al que avisar antes de proceder. Evitará daños mayores y no me refiero a tener un premio Nobel o un cortaúñas cerca de la mesilla de noche.