Blade Runner cambió un poco mi vida. La historia de un tipo solo y solitario, rodeado de chinos, que vive de noche y que sueña un poco con ovejas eléctricas y otro poco con sobrevolar montañas en una nave tipo Delorean acompañado de una preciosa morena de peinado imposible y labios rojos me cautivó desde el primer momento, convirtiéndose (el tiempo así lo confirma), en una de esas películas imprescindibles. Así que al posar mi culo sobre la butaca del cine estaba nervioso: había prescindido del Toblerone y eso significa algo.
Lo que sucede delante de mis ojos y durante las dos horas y media de metraje se parece bastante a la bruma que envuelve cada plano de la película: no sabes muy bien si lo que te cuenta te aburre o te fascina a partes iguales. La caída de párpados y el cuello de toro de Ryan Gosling, lo viejo que está Harrison Ford, Los Ángeles convertida en el vertedero de Valdemingómez 2000, la necesidad de saber si lo que recordamos no es más que un juego aleatorio de nuestra mente o una realidad trágicamente autoimpuesta que nos permite no volvernos locos y aceptar que crecer es, en el mejor de los casos, aceptar la pérdida. En esa búsqueda aparece el inmenso Edward James Olmos encarnando a un anciano Gaff que mantiene su afición al origami, una modelo que nos recuerda a Daryl Hanna y que me generó un principio de erección (lo sé, soy artista y por lo tanto sensible) y una visión para nada apocalíptica de lo que nos deparará el futuro y que ya anticipaba Philip K. Dick en sus libros: el avenir es un verdadero asco a pesar de la WI-FI, las mujeres en hologramas que dicen ¿cariño, qué tal tu día? cuando llegas a casa y los suntuosos escenarios repletos de luces y sombras que se activan por infrarrojos a tu paso.
Está claro que no era necesario regresar a esta historia, perfecta en su origen, pero Denis Villeneuve confirma que es un gran director y que se puede hacer cine pausado, en el que se alterna la nieve cayendo sobre la palma de una mano con abejas se aparean entre las ruinas, donde Elvis y Frank Sinatra siguen siendo los reyes y en las que no se ven superhéroes por ningún lado sino más bien todo lo contrario: gente que añora su infancia, que cena sola por las noches mirando las luces de la gran ciudad a través de la ventana del comedor climatizado y que necesitan a alguien con la excusa de encontrar una razón para seguir viviendo.
Brindemos por un mundo sin futuro y por el torso de Ryan Gosling, al que le ofrezco mi lecho hasta el 2049. Así podrá demostrarme de qué pasta está hecho un Blade Runner…