Son solamente unos pocos segundos, pero en ese espacio de tiempo, la mente va rápido, muy rápido, a la misma velocidad con la que el compresor de baja presión actúa a modo de ventilador, dirigiendo el Eurofighter por encima de la velocidad del sonido contra el suelo, lejos de las casas de La Pulgosa:
Sabe que su destino está escrito, ahí arriba, entre las nubes inexistentes en esta tarde de octubre que parece julio, por encima de todos aquellos a los que no conoce y tampoco estima, como tampoco odia a aquellos contra los que combate. Su país, ahora roto entre banderas rojas y amarillas, a veces estrelladas, repleto de paisanos que viven al día y que hoy miran al cielo sin saber por qué, a los que un final del conflicto tampoco les traerá un cambio significativo en sus vidas, ni les hará más felices que ayer (quizás un poco más tranquilos…), y a él, el piloto, el padre, el marido, al que ninguna ley le hizo luchar, ni los políticos, ni la muchedumbre que grita, al que un destello, un instante le guía en dirección al fin y desvía su dedo lejos del botón de eyección y es consciente de que lo que está por venir es una pérdida de tiempo y que con el pasado no hace falta gastar saliva y esta vida, su vida, la nuestra, se equilibra con la muerte.
En memoria del Capitán Aybar, el héroe, y William Yates… porque yo hubiera apretado el botón.