Yung Beef, la soportable levedad de ser diferente siendo lo mismo

Lo reconozco. He escuchado (mientras pintaba una estantería de gris metalizado) el último disco de Yung Beef, representante patrio de la España más quinqui que, por cuestiones de la fibra óptica, no deja de ser un reflejo (repleto de impostura) de la realidad marginal global que podemos encontrar en un suburbio de East St. Louis (Illinois, USA), La Perla (San Juan,Puerto Rico) o El Raval (Barcelona, España). Y es que parece ser, reconozco que solo he estado en Compton (Los Ángeles, California) y me llevé un par de zapatillas colgadas en lo alto de un cable eléctrico, que en todos estos barrios lo que realmente preocupa es follar, pillar drogas, chingar otra vez, fuckear un culo, comer un par de pizzas, vivir deprisa, pillar otra vez, la guita, the dough, los mangos, la biyuya y follar una vez más antes de dormir, que es exactamente lo mismo que le preocupa a Amancio Ortega, Trump o Luis Fonsi, tres ejemplos de la pandemia blink blink más extendida y que definen el ritmo de rotación de la tierra a la velocidad marcada por las frutas de las tragaperras y las canciones ligeras.

Pues eso, lo que decía, he escuchado el disco y me ha gustado. De alguna manera he pillado (por primera vez en mi vida) qué es lo que ocurre cuando lo más chungo, underground, ¿guáguá?, choni, eso que no tiene un nombre que lo defina con exactitud pero que surge en aquellos lugares en los que la vida se entiende como mera supervivencia, es abrazado por la sociedad en su sentido más amplío y pasa de la favela, the crip y el chavolo a las fiestas de la Moraleja, los programas-vómito como OT y los telediarios de Telecincobeefdeffffff-e1499823728670.jpg

Y el problema es que nada está a salvo y toda expresión dominada por la rabia, los escupitajos, las cadenurris y la tinta monocroma bajo la piel, acaba convertida en un cartel tamaño «un edificio de 15 plantas en la Gran Vía» con la imagen de un chico que parece el hijo del Vaquilla pero que abraza un gato esfinge y por lo tanto es cool. De marginado a ídolo, como Jesucristo pero con el deje macarra de Yung Beef.

El signo de los tiempos en un mundo que flota.

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