A pesar del auge de la televisión, la canonización de las estrellas de PornHub y la caída de algunos hombres que se propasaron en sus funciones laborables con algunas de sus compañeras y empleadas, el mundo sigue mirando a Hollywood este fin de semana.
El botox, los estiramientos, las joyas y trajes prestados, la alfombra que se desenrosca como una serpiente roja, las poses frente a la cámara que generan agujetas durante dos días y por supuesto, Óscar, la figura más preciada. Pero, ¿de qué está hecha esta figura para la que el actor mexicano Emilio Fernández sirvió de modelo en 1929?
Pues la figurita en cuestión, que pesa casi 4 kilos y mide 34 centímetros (el sueño de muchos hombres y mujeres en lo que a medidas se refiere…), es un molde de cera marrón chocolate bañado en cerámica por un operario inmigrante. Posteriormente la rocían con bronce bien caliente (la temperatura asciende por momentos), se rompe el amasijo resultante de materias informes con un martillo pilón y recuperan el bronce del mismo color que el parachoques de James Spader en Crash.
En ese punto, ya con aire acondicionado y operarios 100% USA, se talla y se pule con mucho primor y se deja lista para la galvanoplastia, una solución ionizada de oro y cianuro (los componentes básicos de esta industria) en piletas que contienen líquidos peligrosos. Atornillan la estatuilla al pedestal con placa en blanco y listo. Después solo se debemos esperar a que pronuncien el nombre del elegido, a las lágrimas con aspecto de alegría, a Óscar con la cabeza tapada por un rollo de papel higiénico en el baño del ganador y a la eternidad en forma de estrella sobre el suelo que pisan los turistas en Sunset Boulevard.
Y la magia del cine continúa.