Es duro, durísimo pero ¿qué ocurre cuando tu pareja ya no quiere follar contigo?

Cada pareja tiene lo suyo —eso está claro—, sin embargo todas ellas encuentran el mismo escollo asociado a una pérdida de deseo, piedra en el camino con forma de pereza que casi siempre, y siempre según los expertos (a ellos seguro que no les pasa), aparece a los tres años de relación. Y no me vengáis con eso de que en ese momento debemos desplegar todo el poder de nuestra imaginación y echar un polvo encima del plóter en marcha, aplicar una nueva técnica de cunnilingus que tiene como efecto colateral unas terribles llagas en la comisura de los labios o inventarnos personajes eróticos que manipulan como malabaristas frutas fálicas cargadas de propiedades afrodisíacas, no; porque es pensar en echar un polvo con tu pareja, a la que amas por encima de todas las cosas, y ver desfilar ante ti la siguiente frase a modo de mantra:

«Te cansas antes de follar con la misma que de comer patatas».

Repito:

«Te cansas antes de follar con el mismo que de comer patatas».

Estamos cansados del trabajo, el niño no ha dormido en toda la noche, venimos del gimnasio y lo que nos apetece es una ducha caliente y mejor mañana por la mañana que es cuando estamos cachondos… y así el encuentro se va postergando hasta darnos cuenta de que llevamos meses sin tocarnos, y eso tampoco es que sea necesariamente malo, sino que responde más bien a la imparable ley de la gravedad monógama.

El verdadero desconsuelo surge en uno mismo, persona sensible a la  que se le dan muy bien las matemáticas, que recuerda cada uno de esos polvos estelares y aquellas sesiones de sexo húmedo entendido como un torrente de lava imparable que el tiempo se encargó de reducir a una gota de rocío, pero que no es capaz de comprender cómo cojones es posible, con lo bien que estamos todavía, con todo el pelo y estos músculos congestionados de adolescentes perpetuos, con esta piel oliva y un culo moldeado a base cross-fit invernal, que nuestra pareja no se sienta atraída sexualmente hacia nosotros cada vez que entramos por la puerta y decimos aquello de «hola, amor: ¿qué tal fue tu día?».

Y eso es terrible, el peor de los dramas, una película de terror en primera persona. Y además es normal.

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