Ahí está Pablo Casado, con su bonita ortodoncia y sus orejitas pegadas a la cabeza, mirando a cámara el día en que recogía su máster y demostraba al mundo que se puede gobernar este país con el aspecto del cuñado perfecto, el mismo que enseña tanto como esconde, porque ¿cómo es posible que un tío de 38 años tenga las ideas de uno de 65 —la edad de Aznar— o incluso 126, el tiempo que Franco lleva gobernando España (muerte mediante)?
¿Lo veis? Es el mismo brillo, la misma calidad capilar, el mismo empeño por vestir el ideario de Franco con un traje nuevo. De Emidio Tucci, Jose María; de Scalpers, Pablo. La misma energía contagiosa por cambiar las cosas para no cambiarlas nunca, y sobre todo para contar con el apoyo de los más viejos, sabios en la penumbra que nunca figuran, que utilizan a otros para la foto pero que señalan. Y entonces sucede.
Llegamos a Franco. Aquí el amigo aporta tu toque, los ojitos en forma de almendra —gesto muy de Pablo—, y el bigotito que cubre el labio inferior inexistente de Jose María, dando lugar a una especie mejorada que en realidad es el original. Y de pronto, uno se pone a jugar con sus nombres a modo de coctelera, porque estamos en verano y apetece: Pablo Franco on the Beach, Jose María Casado Fish, Francisco Aznar Iced Tea, Bloody Francisco Mary… y los tiempos y los sabores se entremezclan, los hechos se entierran y volvemos al mismo lugar en el que estábamos hace años, pero siendo mucho más viejos, mucho más niños, hasta comprender que el verdadero viaje es el retorno.
No pasa nada si Franco está muerto y Aznar apartado; españoles, Pablo ha vuelto.
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No pasa nada si Franco está muerto y Aznar apartado: españoles, Pablo ha vuelto.
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