Vosotros seguid compartiendo el reto «In my feelings», bajando del coche en marcha para mostrar al mundo que formáis parte de esa masa que dice a todo que sí porque si no lo hacéis, ¿qué será de vosotros?
Y es que al final, ¿qué es lo único que cuenta? Pues encajar, eliminar vuestra individualidad, ser como los demás, hacer el ridículo, llamar la atención, no oponer resistencia y retransmitirlo en directo, incluso cuando al salir del coche perdéis el equilibrio, soltáis un grito de pájaro que choca contra un cristal, golpeáis el asfalto y el vehículo sigue andando sin vosotros al volante mientras Drake, cerebro pensante de esta grotesca comedia, se rula otro canuto con un billete de cien dólares.
Olvidaos de la rebeldía y de James Deen, de la importancia de llevar la contraria, de hacerlo a vuestra manera porque eso os llevará el doble de tiempo, quizás el triple y porque muchos días no ocurrirá absolutamente nada y os dedicaréis a ver pasar las nubes por encima de vuestras cabezas, con la forma de una paloma, la cabeza de un oso, los cuatros jinetes del Apocalipsis o yo qué sé… mejor ser espectador con plazas V.I.P.
¿Rebelión? Bonita palabra, antigua, como de amotinado de la Bounty, de pantalones blancos ajustados, botas por encima de la rodilla y cuerpo Go-Fit sobre cuyos hombros se asienta el dominio de lo colectivo, de la cadena de tiendas esparcidas en todos los centros urbanos que se precien de serlo, que piensa y actúa por vosotros: colectivismo, divino tesoro.
¡Televisad la revolución en streaming! ¡Avivad el fuego de la técnica y la tecnología! ¡Despreciad la ciencia y todo lo que no implique progreso inmediato, velocidad, fibra óptica y viajes a Marte a módicos precios!
Y recordadlo siempre: Solo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza.