La cosa ha sido así de expeditiva. Hace un par de días recibí una notificación en el buzón: la propietaria de mi casa, ferviente defensora de los derechos de los animales, me comunicaba por escrito que tras la finalización del contrato no procedería a la renovación del mismo -tras cuatro años de estupenda relación- ya que había sido informada por el portero de la finca y otros vecinos de que la inquilina, una servidora de nombre P. G. M. con D.N.I: 7024XXXX y residente en el número 8 de la calle R. R., fue sorprendida en más de una ocasión abriendo la puerta del portal cargada con bolsas de Pescaderías Coruñesas e incluso, una noche a eso de las tres de la mañana de un sábado y en estado de embriaguez, sostenía a duras penas un burrito de pollo con mucha cebolla y sin tomate cuyo contenido terminó estampado en la alfombra de las escaleras de la entrada… un cadáver con acento mariachi, escribió a modo de conclusión.
He intentado hablar con ella en diversas ocasiones pero se niega a cruzar una palabra con un comecarne, ¡y mira que le he repetido por activa y por pasiva que estaba borracha y tenía muchísima hambre! Además, lo de Pescaderías Coruñesas era parte de una performance en la que estoy trabajando para la escuela de teatro a la que asisto un par de veces por semana…
Por estas razones y en virtud de lo expresado más arriba no tengo más remedio que comenzar a buscar casa para mí, mis quince plantas y mi perrita Morrisey a la que alimento únicamente con pienso vegano porque tiene el estómago sensible. Si alguien sabe de algo en el centro, un poco más grande que un ataúd para pigmeos, con poca luz para no ver la verdad de las cosas y por menos de 1000 euros al mes, que me contacte por privado.
Gracias.
P.D: Historia real y repleta del ingrediente más salvaje de todos: el ser humano.