En Madrid evitamos ciertos pasos de cebra. No porque nos de miedo enfrentarnos a un tío en patinete adelantando a los coches por la derecha, o algún corredor por el carril bici dejando el rastro de un cometa en mallas, no. En nuestra ciudad los pasos de cebra los carga el diablo porque han sido decorados (me gusta la idea, a pesar de todo) con versos libres, sueltos, recortados de su masa madre, privados de su cordón umbilical para que miremos al suelo en lugar de a los lados y nos paremos a reflexionar (alguno solloza bajo la lluvia) antes de cruzar:
Eres nostalgia por adelantado…, joder.
Te comería a versos…, este duele.
Andar así de pronto, hombre por fin, de sangre y huesos…, madre de Dios.
Tienes algo dentro, yo lo he visto brillar, pero corres y corres…, ¿y el resto?
La cuestión es que, gustos aparte, este es el caso perfecto (y con pintura blanca) para ilustrar por qué los versos fuera de su contexto se quedan en una broma —sobre todo los que son parte indivisible de un poema o una canción—, una simple anécdota que termina siendo utilizada por los detractores de Carmena para meterle el dedo en el ojo y por algunos peatones para cagarse directamente en el arte como forma de expresión absolutamente fútil. Y es justo en ese momento cuando nos sentimos indefensos ante la realidad de las cosas, de las injusticias no escritas en el asfalto, y miramos al otro lado de la carretera para evitar ciertos pensamientos, y vemos la sucursal del banco en el que sacamos dinero convertida en algo que trasciende los límites de la imaginación humana y que se sitúa en otro nivel de conciencia, intocable, creador y destructor al mismo tiempo de un mundo que solo puede observar de lejos como la criatura llora, crece y se hace tan grande que escapa al control del hombre —poder legislativo y judicial mediante —, un monstruo rabioso que nos devora y escupe nuestros huesos sin que opongamos ninguna resistencia, que grava en nuestro collar de carbonato de calcio y brillantes proclamas del estilo:
Vota a la Caixa…
Banks lives matter…
Arrodillao$ ante dio$ , perro$…
—Así que nos han vuelto a follar…—piensa uno mientras pasa por encima del si te ceden el paso, cede la sonrisa. Te pones de mala hostia y se te olvida lo de los bancos: y es que empezamos a acostumbrarnos a perder siempre, incluso cuando queremos hacer algo bonito.