Seamos inclusivos: los Queen nunca molaron. Fue un grupo que uno disfrutaba escondido en su cuarto oscuro particular («Sheer Heart Attack» y «A night at the Opera» son discos fascinantes y sin embargo, ¿cuánta gente los ha escuchado fuera de un estadio de fútbol?), poco rockeros para los más extremos, demasiado opereros para los más cavernícolas, una suerte de híbrido con una cantante fea, más gay que la luz de un amanecer en un mundo de hombres con anteojeras y tan ambiciosos que su música mezclaba a Maria Antonieta con los coches y a los bigotes con el amor infectado (o redentor) con una naturalidad tan asombrosa que el ridículo mutaba en ridialidad, después en geniaculo y finalmente en genialidad, cariño.
Sin embargo, las cosas cambian y gracias a «Bohemian Rhapsody», la película, se han convertido otra vez en la banda más popular del mundo, apenas 48 años después de su nacimiento, una suerte de revolución en la era de Rosalía, constatación de que la vida está llena de cosas incomprensibles, mágicas, que van más allá de los primeros treinta segundos de canción (al parecer el tiempo más extendido en la actualidad para escuchar una) y de que en la era del chandal, la ignorancia (a veces acompañada de mala fe), la velocidad despojada del tocino y la corrección política con forma de mordaza es maravilloso bajar aún más las persianas de nuestro cuarto oscuro, apretar el play y disfrutar sin cortes de los 06:08 minutos de esa rapsodia bohemia mientras que ahí fuera, millones de personas, en el mismo instante en que cae un pedazo de estrella en combustión procedente del cosmos, hacen lo mismo.
Galileo (Galileo) Galileo Figaro ¡¡MAGNÍFICO!!
Y mañana dejarán de molar otra vez…