
Estas dos imágenes están separadas por 131 años. Mismo día nubloso, mismos contrastes monocromáticos con algún elemento de color, mismos semblantes serios, valientes, resignados mirando a la muerte, al futuro, al centro derecha y al fascismo.
Jose María de Torrijos y Uriarte y Pablo Casado, Francisco Perez Golfín y Santiago Abascal, Flores Calderón y Albert Rivera. Hay otros pero podrían tener un nombre cualquiera o simplemente existir en el momento de la instantánea.
Los de abajo, perdedores y condenados a morir abajo las balas; los de arriba, ganadores, del lado del capital y gravitando en torno a esa idea rara que es la bandera, la patria.
Estas dos imágenes, tan alejadas en el tiempo y en el espacio, una en la plaza de Colón en Madrid, la otra en las playas de Málaga, comparten muchas similitudes y un detalle macabro: ambas son escenas de un fusilamiento. Por un lado el de los cuarenta y ocho personas que se rebelaron contra el absolutismo de Fernando VII y por otro el del resto de la población española, testigos involuntarios del momento, que no entiende muy bien qué está ocurriendo, por qué miles de personas se congregan en un punto y pronuncian las palabras ¡traición, democracia, unión, España! de tal manera que suenan a todo lo contrario: a crispación, a ruptura total, a totalitarismo casposo, a falta de entendimiento.
Estas dos imágenes están separadas por 131 años y representan la misma realidad: España parece condenada a no entenderse en la foto, en el cuadro y en la vida.
Carguen, apunten, fuego.