Hace apenas una semana, el oso que abanicaba con sus garras al madroño de la madrileña Plaza del Sol decidió abandonar la ciudad por razones políticas. En vista del giro brusco a la derecha de la derecha lo mejor era poner tierra de por medio, buscar un lugar recogido en la Casa de Campo, algo más silvestre en la futura destinación de todos los eventos progresistas que se celebrarán en Madrid a partir de ahora… excepto el fútbol.
En su lugar, y de grasa, cerveza y huesos, ha nacido un símbolo casi universal (ahora lo masivo dura menos que la primera mitad del Liverpool–Tottenham), un símbolo de lo que el deporte rey puede conseguir cuando se lo propone gracias al rastro de dinero y destrucción que deja a su paso: Tom Hard, el calvo seguidor inglés que celebró la victoria de su equipo haciéndose una paja en el lugar más concurrido de la nueva colonia inglesa al sur de Londres y al norte de Despeñaperros, muy cerca del piso donde antes vivía un oso amante de la botánica.
Pude localizar a su madre, una ama de casa del mítico barrio de Childwall que se enteró de la noticia gracias a una vecina que ahora le ha retirado el saludo. La pobre Emily me explicó con lágrimas en la garganta —la conversación se limitó a un frío intercambió de notas de voz— que el chaval había estado esperando este momento desde 2005, y que claro, hacía calor, la gente se quitaba la ropa, había música, alcohol, alguna droga de diseño, la calle era un fiestón, los vecinos no podían echar la siesta y que bueno, que son jóvenes y enérgicos…
Resulta que el fútbol es un juego que inventaron los ingleses, que los brasileños practican como si se tratara de un coito y en el que el domingo perdieron los madrileños que viven en el centro y en las inmediaciones del Wanda. Eso sí, si para defender los derechos y las libertades te tienes que hacer una pajilla, pues te la haces y punto. Todo en el nombre del fútbol.
