¿Es James Rhodes un pianista extraordinario?

Después de haber puesto sus discos, disponibles en Spotify, leído con avidez su ya clásico «Instrumental» y escuchado los testimonios relativos a una infancia disuelta entre desgarros anales y los devastadores efectos colaterales en su vida adulta me resulta realmente complicado responder a la pregunta con la que titulo esta mierda de artículo.

Y la razón se encuentra en la turbulenta relación existente entre la capacidad natural del intérprete para enfrentarse a una obra ya creada y sin embargo abierta (en canal) a infinitas lecturas, y la personalidad del que acepta tamaño reto, la misma que, como en el caso que nos ocupa, demuestra su faceta más suicida al pretender estar a la altura de genios como Ashkenazy, Glenn Gould, Lang Lang o Pollini, pianistas extraordinarios dotados de personalidades igualmente extraordinarias con un elemento común: la capacidad de conectar sus fardos emocionales con los de las obras inmortales que se deslizan bajo sus chiclosos dedos.

Las interpretaciones de Rhodes poseen una característica rara —vaya por delante que yo soy un puto guitarrista—, cierta fragilidad salpicada de torpeza, como si la obra fuera demasiado inabarcable para ese niño adoptado por Madrid pasados los cuarenta —Jaime Rodas sería su nombre castizo— y que al mismo tiempo conmueve de una manera tan apabullante que cuando te das cuenta ya es demasiado tarde para controlar las lágrimas. Y como todo aquello que se puede sentir a veces no puede ser convertido en palabras, James se sienta sobre ese mueble pintado y lo vivido se queda atrás —sombra de un recuerdo todavía presente entre esa maraña de pelo revuelto— para regresar convertido en una taquigrafía de la emoción, el único lugar en el que equivocarse es profundamente bello.

Me reafirmo. No sé si James es un pianista extraordinario, pero está claro que guarda un secreto, el del horror convertido en amor incondicional por la vida hecha música clásica, el de la rabia transformada en piano, rey absoluto de un futuro que ya pasó, del ahora convertido en el humo de un cigarro.

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